No,
no vamos a hablar de una secuela de la archiconocida película de Julio Medem,
pero este título nos va a llevar a tratar una arista más de la compleja Ana
Ozores, protagonista indiscutible de La
Regenta (1884).
Muchas
veces se ha relacionado a nuestra Ana Ozores con otras ilustres adúlteras de la
literatura decimonónica, figuras no menos interesantes y complejas: Emma
Bovary, Ana Karenina, o la portuguesa Luisa, de El primo Basilio (1878), quizás
menos conocida.
En
ocasiones, se las ha querido relacionar con el arquetipo de la ‘femme fatale’,
con mayor o menor acierto, y acaso es verdad que puedan ser una
reinterpretación del mito de la mujer fatal, en estos casos olvidando por
completo el carácter malvado y maquiavélico, y el pretendido uso de la
sexualidad que tendrán estas.
Comparte
con la ‘mujer fatal’ la belleza eclipsante y el despertar del deseo sexual en
el género masculino vetustense, a la par que las envidias en la parte femenina.
Sin embargo, no usará sus atributos femeninos para beneficiarse de nada, sino
que, al contrario, rechazará su feminidad natural y optará por una impostura
que le permita situarse por encima de la sociedad vetustense, como una mártir
santa y espiritual.
Más
que mujeres fatales, son mujeres a las que su feminidad las lleva a la
fatalidad; mujeres, en especial Ana Ozores, que se debaten entre lo moralmente
correcto y sus instintos, que buscan corresponder un amor y que por
desobedecer el dogma serán duramente
castigadas por la sociedad.
Ana
(la llamaré así, puesto que tras más de 700 páginas nos podemos tomar ciertas
confianzas) es una mujer profundamente insatisfecha en todos los ámbitos de la
vida; lo tiene todo de cara a la galería, pero todo le falta física y
espiritualmente. Sus carencias eróticas y espirituales la llevan a frecuentar
la compañía de dos hombres que se erigirán como enemigos y competidores ante el
amor de Ana: Don Fermín, el magistral, y Don Álvaro Mesía.
Si
la comparamos con Emma de ‘Madame Bovary’ encontramos algunas diferencias que
nos muestran la enorme complejidad del personaje de Ana Ozores, sobre todo en
el aspecto sexual, tamizado siempre por lo moralmente correcto.
Encontramos
que ambas comparten ser mujeres burguesas, acomodadas, que inician una relación
adúltera por necesidades afectivas que acaba con un castigo por parte de la
sociedad burguesa; en el caso de Emma la llevará al suicidio, en el de Ana a
caer al fango de la vulgaridad vetustense.
Ahora
bien, en el caso de Ana, el conflicto entre relaciones afectivas y su
valoración moral se llevará a cabo en la propia conciencia de Ana, que a lo largo
de toda la obra se debatirá entre la caída en el deseo (sus necesidades
afectivas), y su inmolación como santa pía y virgen (sus necesidades
espirituales). En medio quedará su papel más puramente social, como mujer del
regente, que pasará a considerarse un mero ‘status quo’ en la lucha entre lo
bueno y lo malo, lo sexual y lo pío; en definitiva, entre Fermín de Pas y
Álvaro Mesía.
Podemos
apreciar esta continua lucha interna en el siguiente fragmento:
“… la Regenta
rebelde, la pecadora de pensamiento, gritaba desde el fondo de las entrañas, y
sus gritos se oían por todo el cerebro. Aquella Ana prohibida era una especie
de tenia que se comía todos los buenos propósitos de Ana la devota, la hermana
humilde y cariñosa del Magistral”.
No
obstante, el descubrimiento por parte de la Regenta de los oscuros deseos
carnales que se esconden tras el acompañamiento espiritual de su “compañero
espiritual” Fermín de Pas la precipitarán a los brazos de Álvaro Mesía,
llevándola al adulterío, y paradójicamente, esta satisfacción de sus deseos
sexuales, de su feminidad (que desde el principio de la obra se manifiesta por
medio de las crisis) la lleva a ser como el resto, dejando de ser “la virgen de
Vetusta”, metáfora más que visible en el capítulo XXVI de la obra.
El
tratamiento de la figura de Ana y su sexualidad nos puede ofrecer un botón de
los usos sexuales de la burguesía del siglo XIX. Así, nos encontramos con un
mundo lleno de hipocresía, donde el sexo es una mancha que se debe esconder de cara a
la galería, pero que en muchos casos será uno de los motores sociales (siempre
lo ha sido. Fermín y Álvaro se mueven socialmente para buscar encuentros con
Ana, y este último medra por medio de la seducción de mujeres con poder).
Ana
pronto aprende esta lección – gracias al episodio de la barca- y desde ese
momento reprime sus instintos sexuales, que de uno u otra forma, habrían de
explotar.
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