lunes, 31 de marzo de 2014

Un guiño a la niñez: Las fábulas.

Si dirigimos la mirada hacia nuestra niñez, ¿Quién no se ha impregnado alguna vez de la filosofía de una Fábula de Samaniego y ha obtenido de ella una lección? Sí, aquello conocido como “moraleja”. Félix Mª de Samaniego buscó en ellas la función de enseñar a los jóvenes de las escuelas, su intención era hacer ameno el aprendizaje de estos. Como ejemplo, nos centraremos en el poema El pastor y el filósofo.

En el siglo XVIII, conocido como El Siglo de las Luces o La Ilustración, nos encontramos con la dificultad de encontrar alguna obra literaria que contenga temas de fantasía y superstición, puesto que ésta grandiosa etapa construyó sus pilares sobre la razón humana, es decir, todo aquello que fuera perceptible desde el punto de vista de la experiencia, excluyendo así todo lo irreal.

Pero, si profundizamos en las fábulas de Samaniego, podemos visualizar un retazo de fantasía que, posiblemente, en una primera ojeada no percibamos y que mezcla con la razón.

Haciendo un resumen de la fábula para adentrarnos en su análisis, encontramos que Samaniego nos presenta a un pastor que es muy feliz con su laboriosa vida en el campo y que es muy sabio. Un día, llega un filósofo y le pregunta que de dónde ha obtenido tanta sabiduría, si acaso él se ha empapado de libros y maestros importantes, a lo que el pastor responde:

«Ni las letras seguí, ni como Ulises
(Humildemente respondió el anciano), 
Discurrí por incógnitos países.
Sé que el género humano
En la escuela del mundo lisonjero 
Se instruye en el doblez y la patraña. 
Con la ciencia que engaña
¿Quién podrá hacerse sabio verdadero? 
Lo poco que yo sé me lo ha enseñado 
Naturaleza en fáciles lecciones:
Un odio firme al vicio me ha inspirado, 
Ejemplos de virtud da a mis acciones. 
Aprendí de la abeja lo industrioso,
Y de la hormiga, que en guardar se afana, 
A pensar en el día de mañana.
Mi mastín, el hermoso 
Y fiel sin semejante,
De gratitud y lealtad constante 
Es el mejor modelo,
Y si acierto a copiarle, me consuelo. 
Si mi nupcial amor lecciones toma, 
Las encuentra en la cándida paloma. 
La gallina a sus pollos abrigando 
Con sus piadosas alas como madre, 
Y las sencillas aves aun volando,
Me prestan reglas para ser buen padre. 
Sabia naturaleza, mi maestra,
Lo malo y lo ridículo me muestra 
Para hacérmelo odioso.
Jamás hablo a las gentes
Con aire grave, tono jactancioso, 
Pues saben los prudentes
Que, lejos de ser sabio el que así hable, 
Será un búho solemne, despreciable. 
Un hablar moderado,
Un silencio oportuno
En mis conversaciones he guardado. 
El hablador molesto e importuno 
Es digno de desprecio.
Quien escuche a la urraca será un necio. 
A los que usan la fuerza y el engaño 
Para el ajeno daño,
Y usurpan a los otros su derecho, 
Los debe aborrecer un noble pecho. 
Únanse con los lobos en la caza, 
Con milanos y halcones,
Con la maldita serpentina raza, 
Caterva de carnívoros ladrones.
Mas ¡qué dije! Los hombres tan malvados 
Ni aún merecen tener esos aliados.
No hay dañino animal tan peligroso 
Como el usurpador y el envidioso. 
Por último, en el libro interminable 
De la naturaleza yo medito;
En todo lo creado es admirable: 
Del ente más sencillo y pequeñito 
Una contemplación profunda alcanza 
Los más preciosos frutos de enseñanza.»

Samaniego da personalidad de hombre a los animales. Esto podría venir de una tradición de origen hindú, en la que se cree en la reencarnación y en la metempsícosis, es decir, los hindúes creían ver el alma y el espíritu humano de los hombres ya fallecidos en los animales, por eso, estos son capaces de recibir estos caracteres.
Por otra parte, Samaniego crece en un ambiente muy natural, lo que le conlleva a escribir sobre los animales más familiarizados con él y a la defensa de todos ellos bajo cualquier concepto.

Lo fantástico en este caso podríamos encontrarlo en que Samaniego tiene la particularidad de hacer que cada animal nos muestre una enseñanza, lo personifique y que el ojo humano ya no lo visualice como un simple animal sin adjetivo, sino que nuestra mente nos hace convertirlo en un instructor para la vida.
También hace referencia a Ulises, un guiño a la mitología y al mundo clásico que en otras de sus obras es muy constante, haciendo referencia en repetidas ocasiones.

A la hora de mezclarlo con la razón, vemos la aparición del filósofo, personaje que tanto se presta a la reflexión y a la sentencia, y que termina así el poema, cuadrándolo con la sociedad racional de la época:

«Tu virtud acredita, buen anciano 
(El Filósofo exclama),
Tu ciencia verdadera y justa fama. 
Vierte el género humano
En sus libros y escuelas sus errores; 
En preceptos mejores
Nos da naturaleza su doctrina. 
Así quien sus verdades examina 
Con la meditación y la experiencia, 
Llegará a conocer virtud y ciencia.»

Vemos que sus formas son sencillas, puesto que, como el mismo autor explicaba “Si en algo he empleado casi nimiamente mi atención, ha sido en hacer versos fáciles hasta acomodarlos, según mi entender, a la comprensión de los muchachos. Que alguna vez parezca mi estilo, no solo humilde, sino aun bajo, malo es; mas ¿no sería muchísimo peor que, haciéndolo incomprensible a los niños, ocupasen estos su memoria con inútiles coplas?”

Respecto a la métrica, Samaniego decía: “En cuanto al metro no guardo uniformidad: no es esencial a la fábula, como no lo es al epigrama y a la lira, que admiten infinita variedad de metros. En los apólogos hay tanta inconexión de uno a otro como en las liras y epigramas. Con la variedad de metros he procurado huir de aquel monotonismo que adormeces los sentidos y se opone a la varia armonía que tanto deleita el ánimo y aviva la atención.” Y añadía: “Verdad es que se hallará en mis versos gran copia de endecasílabos pareados con la alternativa de pies quebrados o de siete sílabas; pero me he acomodado a preferir su frecuente uso al de otros metros, por la ventaja que no tienen los de estancia más largas”.

Pienso que los poemas de este autor son muy valiosos ya que proporcionan un cabalgamiento entre lo irreal y la experiencia, las dos vertientes características de la época, enfrentadas entre sí que logran ir de la mano en estos versos.


Son innumerables las veces que, tanto tiempo después, a día de hoy, son leídas estas fábulas en las escuelas y lanzado con ellas el mensaje que Félix Mª deseaba, aunque, si profundizamos en su vida, descubriremos que fue un trabajo que él hizo de forma obligatoria, no por placer. Vemos en ellas una magia distinta, la de la inmortalidad de las letras frente al paso del tiempo, algo que para cualquier autor, escapa a la razón cuando comienza su obra pero que, sin embargo, lo anhela con toda su alma.

Un guiño a la niñez: Las fábulas.

Si dirigimos la mirada hacia nuestra niñez, ¿Quién no se ha impregnado alguna vez de la filosofía de una Fábula de Samaniego y ha obtenido de ella una lección? Sí, aquello conocido como “moraleja”. Félix Mª de Samaniego buscó en ellas la función de enseñar a los jóvenes de las escuelas, su intención era hacer ameno el aprendizaje de estos. Como ejemplo, nos centraremos en el poema El pastor y el filósofo.

En el siglo XVIII, conocido como El Siglo de las Luces o La Ilustración, nos encontramos con la dificultad de encontrar alguna obra literaria que contenga temas de fantasía y superstición, puesto que ésta grandiosa etapa construyó sus pilares sobre la razón humana, es decir, todo aquello que fuera perceptible desde el punto de vista de la experiencia, excluyendo así todo lo irreal.

Pero, si profundizamos en las fábulas de Samaniego, podemos visualizar un retazo de fantasía que, posiblemente, en una primera ojeada no percibamos y que mezcla con la razón.

Haciendo un resumen de la fábula para adentrarnos en su análisis, encontramos que Samaniego nos presenta a un pastor que es muy feliz con su laboriosa vida en el campo y que es muy sabio. Un día, llega un filósofo y le pregunta que de dónde ha obtenido tanta sabiduría, si acaso él se ha empapado de libros y maestros importantes, a lo que el pastor responde:

«Ni las letras seguí, ni como Ulises
(Humildemente respondió el anciano), 
Discurrí por incógnitos países.
Sé que el género humano
En la escuela del mundo lisonjero 
Se instruye en el doblez y la patraña. 
Con la ciencia que engaña
¿Quién podrá hacerse sabio verdadero? 
Lo poco que yo sé me lo ha enseñado 
Naturaleza en fáciles lecciones:
Un odio firme al vicio me ha inspirado, 
Ejemplos de virtud da a mis acciones. 
Aprendí de la abeja lo industrioso,
Y de la hormiga, que en guardar se afana, 
A pensar en el día de mañana.
Mi mastín, el hermoso 
Y fiel sin semejante,
De gratitud y lealtad constante 
Es el mejor modelo,
Y si acierto a copiarle, me consuelo. 
Si mi nupcial amor lecciones toma, 
Las encuentra en la cándida paloma. 
La gallina a sus pollos abrigando 
Con sus piadosas alas como madre, 
Y las sencillas aves aun volando,
Me prestan reglas para ser buen padre. 
Sabia naturaleza, mi maestra,
Lo malo y lo ridículo me muestra 
Para hacérmelo odioso.
Jamás hablo a las gentes
Con aire grave, tono jactancioso, 
Pues saben los prudentes
Que, lejos de ser sabio el que así hable, 
Será un búho solemne, despreciable. 
Un hablar moderado,
Un silencio oportuno
En mis conversaciones he guardado. 
El hablador molesto e importuno 
Es digno de desprecio.
Quien escuche a la urraca será un necio. 
A los que usan la fuerza y el engaño 
Para el ajeno daño,
Y usurpan a los otros su derecho, 
Los debe aborrecer un noble pecho. 
Únanse con los lobos en la caza, 
Con milanos y halcones,
Con la maldita serpentina raza, 
Caterva de carnívoros ladrones.
Mas ¡qué dije! Los hombres tan malvados 
Ni aún merecen tener esos aliados.
No hay dañino animal tan peligroso 
Como el usurpador y el envidioso. 
Por último, en el libro interminable 
De la naturaleza yo medito;
En todo lo creado es admirable: 
Del ente más sencillo y pequeñito 
Una contemplación profunda alcanza 
Los más preciosos frutos de enseñanza.»

Samaniego da personalidad de hombre a los animales. Esto podría venir de una tradición de origen hindú, en la que se cree en la reencarnación y en la metempsícosis, es decir, los hindúes creían ver el alma y el espíritu humano de los hombres ya fallecidos en los animales, por eso, estos son capaces de recibir estos caracteres.
Por otra parte, Samaniego crece en un ambiente muy natural, lo que le conlleva a escribir sobre los animales más familiarizados con él y a la defensa de todos ellos bajo cualquier concepto.

Lo fantástico en este caso podríamos encontrarlo en que Samaniego tiene la particularidad de hacer que cada animal nos muestre una enseñanza, lo personifique y que el ojo humano ya no lo visualice como un simple animal sin adjetivo, sino que nuestra mente nos hace convertirlo en un instructor para la vida.
También hace referencia a Ulises, un guiño a la mitología y al mundo clásico que en otras de sus obras es muy constante, haciendo referencia en repetidas ocasiones.

A la hora de mezclarlo con la razón, vemos la aparición del filósofo, personaje que tanto se presta a la reflexión y a la sentencia, y que termina así el poema, cuadrándolo con la sociedad racional de la época:

«Tu virtud acredita, buen anciano 
(El Filósofo exclama),
Tu ciencia verdadera y justa fama. 
Vierte el género humano
En sus libros y escuelas sus errores; 
En preceptos mejores
Nos da naturaleza su doctrina. 
Así quien sus verdades examina 
Con la meditación y la experiencia, 
Llegará a conocer virtud y ciencia.»

Vemos que sus formas son sencillas, puesto que, como el mismo autor explicaba “Si en algo he empleado casi nimiamente mi atención, ha sido en hacer versos fáciles hasta acomodarlos, según mi entender, a la comprensión de los muchachos. Que alguna vez parezca mi estilo, no solo humilde, sino aun bajo, malo es; mas ¿no sería muchísimo peor que, haciéndolo incomprensible a los niños, ocupasen estos su memoria con inútiles coplas?”

Respecto a la métrica, Samaniego decía: “En cuanto al metro no guardo uniformidad: no es esencial a la fábula, como no lo es al epigrama y a la lira, que admiten infinita variedad de metros. En los apólogos hay tanta inconexión de uno a otro como en las liras y epigramas. Con la variedad de metros he procurado huir de aquel monotonismo que adormeces los sentidos y se opone a la varia armonía que tanto deleita el ánimo y aviva la atención.” Y añadía: “Verdad es que se hallará en mis versos gran copia de endecasílabos pareados con la alternativa de pies quebrados o de siete sílabas; pero me he acomodado a preferir su frecuente uso al de otros metros, por la ventaja que no tienen los de estancia más largas”.

Pienso que los poemas de este autor son muy valiosos ya que proporcionan un cabalgamiento entre lo irreal y la experiencia, las dos vertientes características de la época, enfrentadas entre sí que logran ir de la mano en estos versos.


Son innumerables las veces que, tanto tiempo después, a día de hoy, son leídas estas fábulas en las escuelas y lanzado con ellas el mensaje que Félix Mª deseaba, aunque, si profundizamos en su vida, descubriremos que fue un trabajo que él hizo de forma obligatoria, no por placer. Vemos en ellas una magia distinta, la de la inmortalidad de las letras frente al paso del tiempo, algo que para cualquier autor, escapa a la razón cuando comienza su obra pero que, sin embargo, lo anhela con toda su alma.

jueves, 27 de marzo de 2014

¿Cómo se nos presenta la fantasía en el Neoclasicismo?

El término de fantasía es muy vasto, es una concepción relativamente nueva, ya que apareció como género en sí, en el siglo XVIII cuya influencia más profunda y más antigua que tiene el término de fantasía se encuentra en las mitologías antiguas y en las historias populares.

Es imperiosa la necesidad de contemplar la fantasía desde el prisma de la Ilustración, la cual acaece una consecuencia negativa en la sociedad, pues se crea a raíz de ella un cierto estereotipo de personajes y situaciones que al no estar de acorde con el progreso y evolución de esta sociedad, lleva a la decepción.
Es precisamente este punto en el que se encuentran los Ilustrados, quienes rechazan la fantasía y todo aquello que no sea racional y no esté sometido a la experiencia sensible.
No obstante, la fantasía se nos presenta bajo la forma de herencia de un pasado no muy lejano que se recrea como decíamos mediante la mitología y la tradición, aunque como podremos percibir más delante de formas más suaves y sencillas. Dicha herencia fantástica es notable en obras poéticas como Idilio VI. A Galatea, de Jovellanos:
Sin duda de las gracias
el coro, a tu lindeza
añade en esta hora
mil perfecciones nuevas:
brilla tu frente hermosa
con luz muy mas serena
y como al cielo el irir,
así tus negras cejas
dividen el nevado
contorno de tu esfera;
tus ojos... Musa mía,
¿cómo tu voz pudiera
los rutilantes ojos
pintar de Galatea?
Estamos ante un poema descriptivo que nos transmite una sensibilidad especial, el amante admira a la amada en un entorno entrañable. Las estructuras están rodeadas de un áurea de sencillez, su sintaxis es mucho más ligera y vemos que el amor no es un amor turbado, es un Idilio, que nos traslada a un pensamiento bucólico, mas aquí los matices denotados de las Bucólicas de Virgilio, han evolucionado a una perspectiva donde el poeta es un mero espectador de la belleza de su musa.
El sujeto poético no quita la mirada de los autores clásicos ni de la mitología griega pues si ahondamos un poco más, se nos presenta a Galatea con la preciosidad tan natural del estilo Rococó, encontramos a un aedo que denota admiración por su musa Galatea en el entorno idílico de su propia alcoba en ese instante tan íntimo como es su despertar. Estamos pues, ante un uso utilitario de la mitología.


El simbolismo de Galatea, nos ilustra del trasfondo social del papel de la mujer. Si bien la figura de esta musa en la historia como mujer que trae la perdición del pastor que la ama o bien es una mujer perfecta al haber sido creada de la mano del rey Pigmalión decepcionado y cansado de las imperfecciones de este colectivo. Nos lleva a la reflexión de una mujer cuya alma está perpetuamente arraigada a la irracionalidad. Como podemos observar la mención al mundo fantástico ha de ser fundamentalmente a través de la mitología.


En los siguientes versos es posible advertir como aún prevalecen valores muy vivos de la literatura anterior a pesar de los intentos academicistas, es perceptible el marco bucólico que envuelve al  poema A los ojos de Dorisa.

Vi que con nuevas
flores se punta
el suelo fértil,
la cumbre fría;
los arroyuelos
libres salpican,
sonando roncos,
la verde orilla.
Gratos aromas
el viento espira,
cantan amores 
las avecillas.

El recurso fantástico-mitológico tiene como podemos ver en el poema A Pedro Romero una función utilitarista, es ésta una obra pindárica, cuyos elementos mitológicos como la mención a Apolo y a la cítara, van en pos de la bella búsqueda de los ideales ilustrados como en este caso cuyo tópico recogido es el de los hombres célebres.


El utilitarismo, el racionalismo y el academicismo tan propio de los ilustrados crean una profunda huella en los autores y su forma de divagar, soñar y fantasear, en última instancia, es una divagación fantástica realizada con la máxima mesura como encontramos en el poema de J.M Blanco White , En una ausencia.

¿Dónde están aquellas horas 
que el amor me dio en tus brazos?
¿Quién rompió los tiernos lazos
con que unido estuve a ti?
Hado bárbaro me sigue,
no hay mudanza en mi fortuna:
infeliz desde la cuna
infeliz seré al morir.
De igual manera, son perceptibles ciertos restos de superstición, tan perseguida por los ilustrados, pero que sigue acaeciendo en el Neopopularismo, la vemos en poemas satíricos como la Sátira II, A Arnesto donde se hace mención al oficio de las celestinas quienes "zurcían el virgo de las jóvenes" se echa mano pues de la superstición, de las viejas creencias en el poder de la brujería de estas míticas alcahuetas y tan conocido personaje en la literatura española.
Si bien, espero que hayan podido deleitarse en esta búsqueda de la herencia fantástica de nuestra poesía, tan perseguida y sentenciada en este siglo tan sapiencial en compañía del gran compositor coetáneo J.C. Bach.




¿Cómo se nos presenta la fantasía en el Neoclasicismo?

El término de fantasía es muy vasto, es una concepción relativamente nueva, ya que apareció como género en sí, en el siglo XVIII cuya influencia más profunda y más antigua que tiene el término de fantasía se encuentra en las mitologías antiguas y en las historias populares.

Es imperiosa la necesidad de contemplar la fantasía desde el prisma de la Ilustración, la cual acaece una consecuencia negativa en la sociedad, pues se crea a raíz de ella un cierto estereotipo de personajes y situaciones que al no estar de acorde con el progreso y evolución de esta sociedad, lleva a la decepción.
Es precisamente este punto en el que se encuentran los Ilustrados, quienes rechazan la fantasía y todo aquello que no sea racional y no esté sometido a la experiencia sensible.
No obstante, la fantasía se nos presenta bajo la forma de herencia de un pasado no muy lejano que se recrea como decíamos mediante la mitología y la tradición, aunque como podremos percibir más delante de formas más suaves y sencillas. Dicha herencia fantástica es notable en obras poéticas como Idilio VI. A Galatea, de Jovellanos:
Sin duda de las gracias
el coro, a tu lindeza
añade en esta hora
mil perfecciones nuevas:
brilla tu frente hermosa
con luz muy mas serena
y como al cielo el irir,
así tus negras cejas
dividen el nevado
contorno de tu esfera;
tus ojos... Musa mía,
¿cómo tu voz pudiera
los rutilantes ojos
pintar de Galatea?
Estamos ante un poema descriptivo que nos transmite una sensibilidad especial, el amante admira a la amada en un entorno entrañable. Las estructuras están rodeadas de un áurea de sencillez, su sintaxis es mucho más ligera y vemos que el amor no es un amor turbado, es un Idilio, que nos traslada a un pensamiento bucólico, mas aquí los matices denotados de las Bucólicas de Virgilio, han evolucionado a una perspectiva donde el poeta es un mero espectador de la belleza de su musa.
El sujeto poético no quita la mirada de los autores clásicos ni de la mitología griega pues si ahondamos un poco más, se nos presenta a Galatea con la preciosidad tan natural del estilo Rococó, encontramos a un aedo que denota admiración por su musa Galatea en el entorno idílico de su propia alcoba en ese instante tan íntimo como es su despertar. Estamos pues, ante un uso utilitario de la mitología.


El simbolismo de Galatea, nos ilustra del trasfondo social del papel de la mujer. Si bien la figura de esta musa en la historia como mujer que trae la perdición del pastor que la ama o bien es una mujer perfecta al haber sido creada de la mano del rey Pigmalión decepcionado y cansado de las imperfecciones de este colectivo. Nos lleva a la reflexión de una mujer cuya alma está perpetuamente arraigada a la irracionalidad. Como podemos observar la mención al mundo fantástico ha de ser fundamentalmente a través de la mitología.


En los siguientes versos es posible advertir como aún prevalecen valores muy vivos de la literatura anterior a pesar de los intentos academicistas, es perceptible el marco bucólico que envuelve al  poema A los ojos de Dorisa.

Vi que con nuevas
flores se punta
el suelo fértil,
la cumbre fría;
los arroyuelos
libres salpican,
sonando roncos,
la verde orilla.
Gratos aromas
el viento espira,
cantan amores 
las avecillas.

El recurso fantástico-mitológico tiene como podemos ver en el poema A Pedro Romero una función utilitarista, es ésta una obra pindárica, cuyos elementos mitológicos como la mención a Apolo y a la cítara, van en pos de la bella búsqueda de los ideales ilustrados como en este caso cuyo tópico recogido es el de los hombres célebres.


El utilitarismo, el racionalismo y el academicismo tan propio de los ilustrados crean una profunda huella en los autores y su forma de divagar, soñar y fantasear, en última instancia, es una divagación fantástica realizada con la máxima mesura como encontramos en el poema de J.M Blanco White , En una ausencia.

¿Dónde están aquellas horas 
que el amor me dio en tus brazos?
¿Quién rompió los tiernos lazos
con que unido estuve a ti?
Hado bárbaro me sigue,
no hay mudanza en mi fortuna:
infeliz desde la cuna
infeliz seré al morir.
De igual manera, son perceptibles ciertos restos de superstición, tan perseguida por los ilustrados, pero que sigue acaeciendo en el Neopopularismo, la vemos en poemas satíricos como la Sátira II, A Arnesto donde se hace mención al oficio de las celestinas quienes "zurcían el virgo de las jóvenes" se echa mano pues de la superstición, de las viejas creencias en el poder de la brujería de estas míticas alcahuetas y tan conocido personaje en la literatura española.
Si bien, espero que hayan podido deleitarse en esta búsqueda de la herencia fantástica de nuestra poesía, tan perseguida y sentenciada en este siglo tan sapiencial en compañía del gran compositor coetáneo J.C. Bach.




miércoles, 26 de marzo de 2014

¿Dónde está el céfiro?


Para entender el tema de lo fantástico o la superstición en la poesía del siglo XVIII primero debemos entender su situación. El siglo XVIII, también conocido como siglo de la Ilustración o “siglo de las luces”, se caracteriza por un intento de “ilustrar” a la población, al vulgo, en aquellos conocimientos científicos y filosóficos novedosos con la pretensión de mejorar su vida y cultura. Su intención era educar al pueblo para así hacerlo más feliz. Este intento de educar al pueblo se dio bajo la luz de la razón, es decir, bajo el racionalismo imperante de la época (gestado en el siglo anterior). Los ilustrados luchan, entre otras, contra la superstición y las formas religiosas tradicionales que tachan de "absurdas e irracionales". No admiten lo metafísico.


De este modo, resulta difícil dar con obras que traten el tema que nos ocupa. En el ámbito del ensayo encontramos al Padre Feijoo, que trató de demostrar que las supersticiones y muchas de las creencias populares eran falsas. En poesía, por el contrario, no tenemos claros ejemplos en los que aparezcan estos elementos.


Sin embargo, existen algunas composiciones que sí reflejan algunos de estos elementos supersticiosos o fantásticos. Por ejemplo, en la epístola “Jovino a sus amigos de Sevilla”, de Jovellanos, se manifiestan algunas expresiones de sentimientos que apuntan ya al Romanticismo, donde la fantasía, la superstición o el esoterismo gozarían de gran importancia. Así, encontramos alusiones a esta temática como:


“Sumergido mi espíritu en un profundo

golfo de congojosos pensamientos,

va mi cuerpo arrastrado al albedrío

de los crueles hados



Esto nos recuerda a las Obras poéticas de Don Ignacio de Merás, Queipo de Llano, donde se dice:



“¡Ay de mí triste, todo estoy turbado!

Hados crueles, hados vengativos”




Siguiendo esta línea de criaturas fantásticas, podemos encontrar apariciones en la obra poética de Juan Meléndez Valdés, en composiciones como El consejo del Amor (Oda IV) donde leemos:



“cuando en torno una rosa  

que besar solicita,  

volar vi a un cefirillo   

con ala fugitiva”

y más adelante:



“Tú sola me embebeces,  

tú sola», repetía 

el céfiro, y más suelto  

en torno de ella gira”




En su composición De la primavera (Oda V) vuelve a hacer acto de presencia el céfiro:



“Medrosos de sus rayos  

los vientos enmudecen,   

y el vago cefirillo   

bullendo les sucede, 



el céfiro, de aromas  

empapado, que mueven  

en la nariz y el seno   

mil llamas y deleites.”



Más allá, parece insinuar la existencia de otros seres fantásticos:



“Y nosotros, amigos,  

cuando todos los seres  

de tan rígido invierno  

desquitarse parecen”



En suma, podríamos decir que el tratamiento del tema fantástico y supersticioso en la poesía del siglo XVIII se ve profundamente marcado por el racionalismo de la época, reduciéndolo a unos pocos ataques y unas leves apariciones en lo que se podría denominar prerromanticismo.


¿Dónde está el céfiro?


Para entender el tema de lo fantástico o la superstición en la poesía del siglo XVIII primero debemos entender su situación. El siglo XVIII, también conocido como siglo de la Ilustración o “siglo de las luces”, se caracteriza por un intento de “ilustrar” a la población, al vulgo, en aquellos conocimientos científicos y filosóficos novedosos con la pretensión de mejorar su vida y cultura. Su intención era educar al pueblo para así hacerlo más feliz. Este intento de educar al pueblo se dio bajo la luz de la razón, es decir, bajo el racionalismo imperante de la época (gestado en el siglo anterior). Los ilustrados luchan, entre otras, contra la superstición y las formas religiosas tradicionales que tachan de "absurdas e irracionales". No admiten lo metafísico.


De este modo, resulta difícil dar con obras que traten el tema que nos ocupa. En el ámbito del ensayo encontramos al Padre Feijoo, que trató de demostrar que las supersticiones y muchas de las creencias populares eran falsas. En poesía, por el contrario, no tenemos claros ejemplos en los que aparezcan estos elementos.


Sin embargo, existen algunas composiciones que sí reflejan algunos de estos elementos supersticiosos o fantásticos. Por ejemplo, en la epístola “Jovino a sus amigos de Sevilla”, de Jovellanos, se manifiestan algunas expresiones de sentimientos que apuntan ya al Romanticismo, donde la fantasía, la superstición o el esoterismo gozarían de gran importancia. Así, encontramos alusiones a esta temática como:


“Sumergido mi espíritu en un profundo

golfo de congojosos pensamientos,

va mi cuerpo arrastrado al albedrío

de los crueles hados



Esto nos recuerda a las Obras poéticas de Don Ignacio de Merás, Queipo de Llano, donde se dice:



“¡Ay de mí triste, todo estoy turbado!

Hados crueles, hados vengativos”




Siguiendo esta línea de criaturas fantásticas, podemos encontrar apariciones en la obra poética de Juan Meléndez Valdés, en composiciones como El consejo del Amor (Oda IV) donde leemos:



“cuando en torno una rosa  

que besar solicita,  

volar vi a un cefirillo   

con ala fugitiva”

y más adelante:



“Tú sola me embebeces,  

tú sola», repetía 

el céfiro, y más suelto  

en torno de ella gira”




En su composición De la primavera (Oda V) vuelve a hacer acto de presencia el céfiro:



“Medrosos de sus rayos  

los vientos enmudecen,   

y el vago cefirillo   

bullendo les sucede, 



el céfiro, de aromas  

empapado, que mueven  

en la nariz y el seno   

mil llamas y deleites.”



Más allá, parece insinuar la existencia de otros seres fantásticos:



“Y nosotros, amigos,  

cuando todos los seres  

de tan rígido invierno  

desquitarse parecen”



En suma, podríamos decir que el tratamiento del tema fantástico y supersticioso en la poesía del siglo XVIII se ve profundamente marcado por el racionalismo de la época, reduciéndolo a unos pocos ataques y unas leves apariciones en lo que se podría denominar prerromanticismo.


lunes, 24 de marzo de 2014

¿Es un pájaro, es un avión? ¡No! Es fantasía en el Siglo de las Luces.


Es quizás el Siglo de las Luces uno de los más denostados desde la perspectiva literaria, visto muchas veces como un siglo racional, utilitarista, áspero para las letras, en el que no hay lugar para la ficción literaria. Sin embargo, tras estos prejuicios encontramos mucho más.
Cabe señalar que la razón y el aprovechamiento de la literatura para instruir a la sociedad serán dos pilares de la poesía del siglo XVIII, pero eso no excluye de la misma el recurso a la fantasía. Desde el momento en que se recurre a la ficción, en cierta manera se recurre a la fantasía, aunque esta esté al servicio de una idea de “utilitas”.
No encontraremos en esta poesía lo que comúnmente nos viene a la mente ante la palabra “fantasía”: mundos inventados poblados de hadas y demás seres fantásticos; no es eso lo que buscamos, sino que buscaremos la creación de una ficción que no busca la verosimilitud aunque sí haga referencia a la realidad, en la mayoría de ocasiones para establecer una enseñanza.
Es un canal para la creación de realidades fantásticas la mitología, pilar fundamental de la poesía, sobre todo de la tendencia neoclásica. A través de figuras mitológicas se recrea un mundo ideal, en el que se narran viejos mitos con los que se pretende enseñar un dogma a esta realidad impura y mundana en la que los poetas viven y que quieren mejorar, haciendo que se parezca cada vez más a esa recreación ideal (y fantástica) que va a ser el mundo grecolatino para los ilustrados. Encontramos este tema en poemas como la Fábula de Alfeo y Aretusa o Acteón y Diana, ambos de José Antonio Porcel y Salamanca.

Fuente de Acteón y Diana, Palacio de Caserta (Italia).
Paolo Persico, Brunelli, Solari. (S.XVIII)

El poema “Acteón y Diana” se incluye dentro de lo que conocemos como posbarroquismo, ya que en él confluirán elementos barrocos y otros netamente neoclásicos. En cuanto a su factura formal, encontramos un poema formado por redondillas octosílabas, forma métrica más corta y suave que las utilizadas durante el siglo XVII, cercana a la estética rococó. Del mismo modo, encontramos una sintaxis más sencilla, menos latinizante, con un uso de figuras retóricas menos abundante pero aún persistente, que hacen la poesía algo menos oscura. No obstante, el uso de la metáfora para crear dobles sentidos y el humor nos sitúa aún en lo barroco.
El poema nos narra un mito clásico, el inesperado encuentro entre la diosa de la castidad y un desventurado cazador que es convertido en venado y devorado por sus propios animales de caza tras observar a la diosa Diana desnuda mientras esta se bañaba. La temática se incluye dentro de la estética neoclásica, que recoge la tradición grecorromana, aunque en este caso se utilizará el mito con unos fines propios. El entorno es idealizante, de “locus amoenus”, lo cual contrasta con la irreverencia de Acteón y Diana.
Observamos también que el peso de la poesía burlesca gongorina se deja ver, puesto que los personajes son ridiculizados y actúan como seres humanos, con sus vicios y virtudes. Por ejemplo, la diosa Diana debe ducharse porque “es leona y manchas tiene”. Del mismo modo, expresiones como “adivinando que allí habría un buen ojeo” dejan patente que la sátira será el elemento principal para entender el mito, que en el remate o envío dejará clara su intención, que como no podría ser de otra manera, es didáctica.
Por el ejemplo que presta el mito de Acteón y Diana, Porcel realiza una misógina (al menos desde nuestra perspectiva) enseñanza: que el hombre no se deje llevar por la mujer ni por la lascivia que ante esta se desata, y que sea racional, puesto que ser pasional solo lo llevará a ser “un pobre, un bruto y un cornudo”.

En el envío aparece de nuevo lo propiamente ilustrado, que es el uso utilitarista de la literatura para transmitir una enseñanza moral. Por lo tanto, la fantasía se subordina a la enseñanza moral. No obstante, cabe decir que este uso utilitarista de la literatura es casi una constante en la historia de la literatura española, pues de diferente manera se ha ido perpetuando desde la Edad Media hasta el siglo XVIII.

Así, podemos afirmar que la mitología será uno de los cauces por los que la fantasía se representará en la Ilustración, si bien no será el único.

Fuente de Diana y Acteón, Caserta (Italia)