Para entender el tema de
lo fantástico o la superstición en la poesía del siglo XVIII primero debemos
entender su situación. El siglo XVIII, también conocido como siglo de la
Ilustración o “siglo de las luces”, se caracteriza por un intento de “ilustrar”
a la población, al vulgo, en aquellos conocimientos científicos y filosóficos
novedosos con la pretensión de mejorar su vida y cultura. Su intención era
educar al pueblo para así hacerlo más feliz. Este intento de educar al pueblo
se dio bajo la luz de la razón, es decir, bajo el racionalismo imperante de la
época (gestado en el siglo anterior). Los ilustrados luchan, entre otras,
contra la superstición y las formas religiosas tradicionales que tachan de
"absurdas e irracionales". No admiten lo metafísico.
De este modo, resulta
difícil dar con obras que traten el tema que nos ocupa. En el ámbito del ensayo
encontramos al Padre Feijoo, que trató de demostrar que las supersticiones y
muchas de las creencias populares eran falsas. En poesía, por el contrario, no
tenemos claros ejemplos en los que aparezcan estos elementos.
Sin embargo, existen
algunas composiciones que sí reflejan algunos de estos elementos supersticiosos
o fantásticos. Por ejemplo, en la
epístola “Jovino a sus amigos de Sevilla”, de Jovellanos, se manifiestan
algunas expresiones de sentimientos que apuntan ya al Romanticismo, donde la
fantasía, la superstición o el esoterismo gozarían de gran importancia. Así,
encontramos alusiones a esta temática como:
“Sumergido mi espíritu en
un profundo
golfo de congojosos
pensamientos,
va mi cuerpo arrastrado al
albedrío
de los crueles hados”
Esto nos recuerda a las Obras
poéticas de Don Ignacio de Merás, Queipo de Llano, donde se dice:
“¡Ay de mí triste, todo
estoy turbado!
Siguiendo esta línea de
criaturas fantásticas, podemos encontrar apariciones en la obra poética de Juan
Meléndez Valdés, en composiciones como El
consejo del Amor (Oda IV) donde leemos:
“cuando en torno una
rosa
que besar solicita,
volar vi a un cefirillo
con ala fugitiva”
y más adelante:
“Tú sola me
embebeces,
tú sola», repetía
el céfiro, y más
suelto
En su composición De la primavera (Oda V) vuelve a hacer acto
de presencia el céfiro:
“Medrosos de sus
rayos
los vientos
enmudecen,
y el vago cefirillo
bullendo les sucede,
el céfiro, de aromas
empapado, que mueven
en la nariz y el seno
mil llamas y deleites.”
Más allá, parece insinuar
la existencia de otros seres fantásticos:
“Y nosotros, amigos,
cuando todos los seres
de tan rígido invierno
desquitarse parecen”
En suma, podríamos decir
que el tratamiento del tema fantástico y supersticioso en la poesía del siglo
XVIII se ve profundamente marcado por el racionalismo de la época, reduciéndolo
a unos pocos ataques y unas leves apariciones en lo que se podría denominar
prerromanticismo.
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