miércoles, 26 de marzo de 2014

¿Dónde está el céfiro?


Para entender el tema de lo fantástico o la superstición en la poesía del siglo XVIII primero debemos entender su situación. El siglo XVIII, también conocido como siglo de la Ilustración o “siglo de las luces”, se caracteriza por un intento de “ilustrar” a la población, al vulgo, en aquellos conocimientos científicos y filosóficos novedosos con la pretensión de mejorar su vida y cultura. Su intención era educar al pueblo para así hacerlo más feliz. Este intento de educar al pueblo se dio bajo la luz de la razón, es decir, bajo el racionalismo imperante de la época (gestado en el siglo anterior). Los ilustrados luchan, entre otras, contra la superstición y las formas religiosas tradicionales que tachan de "absurdas e irracionales". No admiten lo metafísico.


De este modo, resulta difícil dar con obras que traten el tema que nos ocupa. En el ámbito del ensayo encontramos al Padre Feijoo, que trató de demostrar que las supersticiones y muchas de las creencias populares eran falsas. En poesía, por el contrario, no tenemos claros ejemplos en los que aparezcan estos elementos.


Sin embargo, existen algunas composiciones que sí reflejan algunos de estos elementos supersticiosos o fantásticos. Por ejemplo, en la epístola “Jovino a sus amigos de Sevilla”, de Jovellanos, se manifiestan algunas expresiones de sentimientos que apuntan ya al Romanticismo, donde la fantasía, la superstición o el esoterismo gozarían de gran importancia. Así, encontramos alusiones a esta temática como:


“Sumergido mi espíritu en un profundo

golfo de congojosos pensamientos,

va mi cuerpo arrastrado al albedrío

de los crueles hados



Esto nos recuerda a las Obras poéticas de Don Ignacio de Merás, Queipo de Llano, donde se dice:



“¡Ay de mí triste, todo estoy turbado!

Hados crueles, hados vengativos”




Siguiendo esta línea de criaturas fantásticas, podemos encontrar apariciones en la obra poética de Juan Meléndez Valdés, en composiciones como El consejo del Amor (Oda IV) donde leemos:



“cuando en torno una rosa  

que besar solicita,  

volar vi a un cefirillo   

con ala fugitiva”

y más adelante:



“Tú sola me embebeces,  

tú sola», repetía 

el céfiro, y más suelto  

en torno de ella gira”




En su composición De la primavera (Oda V) vuelve a hacer acto de presencia el céfiro:



“Medrosos de sus rayos  

los vientos enmudecen,   

y el vago cefirillo   

bullendo les sucede, 



el céfiro, de aromas  

empapado, que mueven  

en la nariz y el seno   

mil llamas y deleites.”



Más allá, parece insinuar la existencia de otros seres fantásticos:



“Y nosotros, amigos,  

cuando todos los seres  

de tan rígido invierno  

desquitarse parecen”



En suma, podríamos decir que el tratamiento del tema fantástico y supersticioso en la poesía del siglo XVIII se ve profundamente marcado por el racionalismo de la época, reduciéndolo a unos pocos ataques y unas leves apariciones en lo que se podría denominar prerromanticismo.


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