jueves, 29 de mayo de 2014

Cómo somos, cómo nos vemos y cómo nos ven. Cadalso y sus cartas marruecas.

La objetividad no existe, es un hecho. Sin embargo, una suma de subjetividades siempre nos dará una panorámica más amplia sobre lo que vivimos, sentimos o pensamos. A la hora de analizar nuestras costumbres nacionales, ser objetivo y nacional parece difícil, puesto que quien mantenga una postura u otra será acribillado por sus cohabitantes que se encuentren en desacuerdo con ellas. La opinión del extranjero, del que ve las costumbres desde cierta perspectiva y sin estar implicado en ellas, vale en este caso mucho más, y en ocasiones su opinión será de mayor calado.


Esta afirmación es válida tanto para nuestro momento actual como para cualquier otro, y parece que la apreciación de que la crítica foránea – especialmente en nuestra España tan dada a los enfrentamientos de dos opiniones que se desacreditan entre sí sin buscar consenso- es, por lo general, más escuchada por no encontrarse en ninguno de los bandos ideológicos españoles ya era conocida por el gaditano José de Cadalso (1741-1782).

Por ello, decidió articular su crítica de costumbres españolas por medio de un juego ficcional consistente en el intercambio de cartas entre un español, Nuño Nuñez, y dos marroquíes, que responden al tópico “puer-senex”,  Gazel y Ben Beley. Gazel recorre España y va compartiendo sus impresiones con los dos destinatarios de las cartas, que le darán su opinión ante las costumbres hispanas, para ellos desconocidas.

Tras este entramado ficcional se esconde, por supuesto, una crítica de costumbres en ocasiones muy duras, y en otras totalmente aplicables a nuestra sociedad actual. En una semana como esta, en que la resaca electoral de las elecciones europeas aún no nos abandona, he querido seleccionar como uno de los textos de más rabiosa actualidad que componen las Cartas marruecas la carta LI, que reflexiona sobre la política. Así comienza la carta:

“Política viene de la voz griega que significa ciudad, de donde se infiere que su verdadero sentido es la ciencia de gobernar los pueblos, y que los políticos son aquellos que están en semejantes encargos o, por lo menos, en carrera de llegar a estar en ellos. En este supuesto, aquí acabaría este artículo, pues venero su carácter; pero han usurpado este nombre estos sujetos que se hallan muy lejos de verse en tal situación ni merecer tal respeto.”

Sigue Cadalso, a través de sus personajes, calificando a estos políticos que creíamos solo sufrir nosotros, pero que parecen tradición arraigada en España:  

“Políticos de esta segunda especie son unos hombres que de noche no sueñan y de día no piensan sino en hacer fortuna por cuantos medios se ofrezcan. Ni quieren, ni entienden, ni se acuerdan de cosa que no vaya dirigida a este fin. […]Desprecian al hombre sencillo, aborrecen al discreto, parecen oráculos al público, pero son tan ineptos que un criado inferior sabe todas sus flaquezas, ridiculeces, vicios y tal vez delitos.

 Sorprende, y mucho, leer estas opiniones referidas a un mundo que si pareciera diferente al nuestro, resulta ser igual es sus flaquezas. Ya Cadalso supo ver este mal endémico que acusa el político español, si no mundial, ávido de dinero y de poder.

Ante una obra ensayística como esta, de la que solo destacamos un ejemplo de todas las muchas valoraciones que sobre su época realizó el autor y que en su mayoría se pueden aplicar a lo universal, solo podemos recomendar su lectura para aprender un poco más de nosotros mismos por medio de la mirada nueva de Gazel, que parece no envejecer, o quizás son nuestros problemas los que nunca mueran.


Cómo somos, cómo nos vemos y cómo nos ven. Cadalso y sus cartas marruecas.

La objetividad no existe, es un hecho. Sin embargo, una suma de subjetividades siempre nos dará una panorámica más amplia sobre lo que vivimos, sentimos o pensamos. A la hora de analizar nuestras costumbres nacionales, ser objetivo y nacional parece difícil, puesto que quien mantenga una postura u otra será acribillado por sus cohabitantes que se encuentren en desacuerdo con ellas. La opinión del extranjero, del que ve las costumbres desde cierta perspectiva y sin estar implicado en ellas, vale en este caso mucho más, y en ocasiones su opinión será de mayor calado.


Esta afirmación es válida tanto para nuestro momento actual como para cualquier otro, y parece que la apreciación de que la crítica foránea – especialmente en nuestra España tan dada a los enfrentamientos de dos opiniones que se desacreditan entre sí sin buscar consenso- es, por lo general, más escuchada por no encontrarse en ninguno de los bandos ideológicos españoles ya era conocida por el gaditano José de Cadalso (1741-1782).

Por ello, decidió articular su crítica de costumbres españolas por medio de un juego ficcional consistente en el intercambio de cartas entre un español, Nuño Nuñez, y dos marroquíes, que responden al tópico “puer-senex”,  Gazel y Ben Beley. Gazel recorre España y va compartiendo sus impresiones con los dos destinatarios de las cartas, que le darán su opinión ante las costumbres hispanas, para ellos desconocidas.

Tras este entramado ficcional se esconde, por supuesto, una crítica de costumbres en ocasiones muy duras, y en otras totalmente aplicables a nuestra sociedad actual. En una semana como esta, en que la resaca electoral de las elecciones europeas aún no nos abandona, he querido seleccionar como uno de los textos de más rabiosa actualidad que componen las Cartas marruecas la carta LI, que reflexiona sobre la política. Así comienza la carta:

“Política viene de la voz griega que significa ciudad, de donde se infiere que su verdadero sentido es la ciencia de gobernar los pueblos, y que los políticos son aquellos que están en semejantes encargos o, por lo menos, en carrera de llegar a estar en ellos. En este supuesto, aquí acabaría este artículo, pues venero su carácter; pero han usurpado este nombre estos sujetos que se hallan muy lejos de verse en tal situación ni merecer tal respeto.”

Sigue Cadalso, a través de sus personajes, calificando a estos políticos que creíamos solo sufrir nosotros, pero que parecen tradición arraigada en España:  

“Políticos de esta segunda especie son unos hombres que de noche no sueñan y de día no piensan sino en hacer fortuna por cuantos medios se ofrezcan. Ni quieren, ni entienden, ni se acuerdan de cosa que no vaya dirigida a este fin. […]Desprecian al hombre sencillo, aborrecen al discreto, parecen oráculos al público, pero son tan ineptos que un criado inferior sabe todas sus flaquezas, ridiculeces, vicios y tal vez delitos.

 Sorprende, y mucho, leer estas opiniones referidas a un mundo que si pareciera diferente al nuestro, resulta ser igual es sus flaquezas. Ya Cadalso supo ver este mal endémico que acusa el político español, si no mundial, ávido de dinero y de poder.

Ante una obra ensayística como esta, de la que solo destacamos un ejemplo de todas las muchas valoraciones que sobre su época realizó el autor y que en su mayoría se pueden aplicar a lo universal, solo podemos recomendar su lectura para aprender un poco más de nosotros mismos por medio de la mirada nueva de Gazel, que parece no envejecer, o quizás son nuestros problemas los que nunca mueran.


martes, 27 de mayo de 2014

Feijoo, luz entre la superstición.

Si por algo se puede caracterizar toda la obra literaria de Feijoo, este “novator” y ensayista que previó y adelantó el trabajo de los ilustrados del siglo XVIII, es por la continua preocupación por cribar el conocimiento heredado, eliminando supersticiones y terrores infundados.

En la Carta XX del IV tomo de las Cartas eruditas y curiosas de Benito Jerónimo Feijoo, publicadas entre 1742 y 1760, Feijoo aportará luz sobre una de las supersticiones más extendidas de su época: la existencia de seres de ultratumba como los brucolacos, los vampiros y los redivivos. Además, y como hecho que nos ayuda a entender el propósito de la obra de Feijoo, toda ella se encuentra en castellano, puesto que su principal objetivo es divulgar el conocimiento entre el pueblo, que necesita ser educado bajo unos nuevos presupuestos.

Siguiendo un análisis claro y minucioso, casi científico, pasa a tratar los dos temas que le ocupan, el de las apariciones de ángeles y demonios, y el de la existencia de “redivivos”. Así, se basa en el libro del monje benedictino Agustín Claret que según se nos señala ha sido entregado por el destinatario a Feijoo para tomar diversos ejemplos y sacar sus propias conclusiones. En la exposición de sus ideas sigue un orden muy claro, organizando las ideas por puntos, y siguiendo un método deductivo, esto es, partiendo de reglas generales para ahondar en las particulares y finalmente establecer conclusiones.

Cabe destacar que su tesis principal es que si bien se suceden hechos sobrenaturales como los que se tratan, son estos una minoría comparada con los creados por la inventiva humana. Siguiendo esta tesis, va a proceder a presentar una serie de ejemplos de apariciones muy diversas a las que de una manera u otra va a desestimar, utilizando para ello el raciocinio, si bien cabe destacar que este raciocinio en ningún momento cuestiona los dogmas cristianos, sino que estos aparecen como una verdad incuestionable, por encima de todo, y que en ocasiones se van a utilizar como  razones para desestimar ciertos cuentos y creencias populares.

Entre los casos de los que nos habla, encontramos el referido a los redivivos, seres “ya verdaderos, ya fingidos, esto es, o resucitados milagrosamente”. Entendemos que estos seres poblaban las mentes supersticiosas del pueblo español y europeo, que se repiten en diferentes culturas por todo el orbe. Podemos observar la creencia en la aparición de seres de ultratumba como los redivivos en obras románticas como “El aparecido”, cuento romántico aquí reseñado, o “La dama pálida” de Alexandre Dumas.



No obstante, Feijoo dejará claro que es para él una superstición infundada, y para refutarla se servirá de argumentos, unos más adecuados y otros que ante nuestros ojos resultan totalmente fuera de lugar.

En este caso, va a realizar una crítica de diferentes aspectos de estas historias que le van a restar credibilidad y verosimilitud, como es la ambigüedad con  la que se explican los escritos en los que de vampiros se habla, la aparición de unos resucitados “in ordine ad malum”, lo cual también va en contra de los dogmas cristianos, y la certeza de que estas resurrecciones que se narran son imperfectas, pues es inverosímil la forma en que salen de la tumba, alternando dos estados, el de los vivos y el de los muertos. 

A mi parecer, cabe destacar desde la perspectiva actual un doble rasero, pues se critica duramente la creencia en estos seres resucitados propios de los países del este, pero en todo momento se señala que las resurrecciones de las sagradas escrituras son reales e incuestionables. Por otro lado, desde una perspectiva diacrónica es esta una diferenciación totalmente comprensible si tenemos en cuenta que es el siglo XVIII en España un siglo en el que lo religioso es ley, y es el escritor un hombre educado en esta doctrina y que se mueve de acuerdo a ella.

Entre los argumentos más inadecuados que Feijoo va a utilizar se encuentra uno que destaca por su etnocentrismo y xenofobia, que a su vez son rasgos lógicos para un hombre de su época. Feijoo achaca como una de las razones por las que no se debe creer en brucolacos y otros vampiros es porque la mayoría de las apariciones habían sido en países del este de Europa como Hungría y Rumanía, Para él estos pueblos son inferiores mentalmente, y por ello creen en cuentos de vieja.

Feijoo no da creencia alguna al vampirismo, el cual considera fruto de la inventiva de algunos y de la fácil propagación del miedo entre la población. Para apoyar su presupuesto cuenta la historia de Tournefort, occidental que vive de cerca la fiebre de los vampiros y que no le da credibilidad alguna. Los brucolacos son según el autor seres también creados por la inventiva, pero en este caso de los griegos, con características iguales a las de los vampiros. Así, se señala también que es motivo de denuesto cómo el pueblo griego tras la invasión otomana ha perdido su razón, dejando atrás todo su pasado filosófico.  


Definitivamente, la fantasía y la superstición serán uno de los temas que más preocupe a Benito Jerónimo Feijoo, y por tanto se verán reflejados en su obra, aunque en este caso sea con el objetivo de eliminarlos del pensamiento ilustrado, para acabar con esas sombras de la mente humana alumbrándolas con la luz de la razón.    

Feijoo, luz entre la superstición.

Si por algo se puede caracterizar toda la obra literaria de Feijoo, este “novator” y ensayista que previó y adelantó el trabajo de los ilustrados del siglo XVIII, es por la continua preocupación por cribar el conocimiento heredado, eliminando supersticiones y terrores infundados.

En la Carta XX del IV tomo de las Cartas eruditas y curiosas de Benito Jerónimo Feijoo, publicadas entre 1742 y 1760, Feijoo aportará luz sobre una de las supersticiones más extendidas de su época: la existencia de seres de ultratumba como los brucolacos, los vampiros y los redivivos. Además, y como hecho que nos ayuda a entender el propósito de la obra de Feijoo, toda ella se encuentra en castellano, puesto que su principal objetivo es divulgar el conocimiento entre el pueblo, que necesita ser educado bajo unos nuevos presupuestos.

Siguiendo un análisis claro y minucioso, casi científico, pasa a tratar los dos temas que le ocupan, el de las apariciones de ángeles y demonios, y el de la existencia de “redivivos”. Así, se basa en el libro del monje benedictino Agustín Claret que según se nos señala ha sido entregado por el destinatario a Feijoo para tomar diversos ejemplos y sacar sus propias conclusiones. En la exposición de sus ideas sigue un orden muy claro, organizando las ideas por puntos, y siguiendo un método deductivo, esto es, partiendo de reglas generales para ahondar en las particulares y finalmente establecer conclusiones.

Cabe destacar que su tesis principal es que si bien se suceden hechos sobrenaturales como los que se tratan, son estos una minoría comparada con los creados por la inventiva humana. Siguiendo esta tesis, va a proceder a presentar una serie de ejemplos de apariciones muy diversas a las que de una manera u otra va a desestimar, utilizando para ello el raciocinio, si bien cabe destacar que este raciocinio en ningún momento cuestiona los dogmas cristianos, sino que estos aparecen como una verdad incuestionable, por encima de todo, y que en ocasiones se van a utilizar como  razones para desestimar ciertos cuentos y creencias populares.

Entre los casos de los que nos habla, encontramos el referido a los redivivos, seres “ya verdaderos, ya fingidos, esto es, o resucitados milagrosamente”. Entendemos que estos seres poblaban las mentes supersticiosas del pueblo español y europeo, que se repiten en diferentes culturas por todo el orbe. Podemos observar la creencia en la aparición de seres de ultratumba como los redivivos en obras románticas como “El aparecido”, cuento romántico aquí reseñado, o “La dama pálida” de Alexandre Dumas.



No obstante, Feijoo dejará claro que es para él una superstición infundada, y para refutarla se servirá de argumentos, unos más adecuados y otros que ante nuestros ojos resultan totalmente fuera de lugar.

En este caso, va a realizar una crítica de diferentes aspectos de estas historias que le van a restar credibilidad y verosimilitud, como es la ambigüedad con  la que se explican los escritos en los que de vampiros se habla, la aparición de unos resucitados “in ordine ad malum”, lo cual también va en contra de los dogmas cristianos, y la certeza de que estas resurrecciones que se narran son imperfectas, pues es inverosímil la forma en que salen de la tumba, alternando dos estados, el de los vivos y el de los muertos. 

A mi parecer, cabe destacar desde la perspectiva actual un doble rasero, pues se critica duramente la creencia en estos seres resucitados propios de los países del este, pero en todo momento se señala que las resurrecciones de las sagradas escrituras son reales e incuestionables. Por otro lado, desde una perspectiva diacrónica es esta una diferenciación totalmente comprensible si tenemos en cuenta que es el siglo XVIII en España un siglo en el que lo religioso es ley, y es el escritor un hombre educado en esta doctrina y que se mueve de acuerdo a ella.

Entre los argumentos más inadecuados que Feijoo va a utilizar se encuentra uno que destaca por su etnocentrismo y xenofobia, que a su vez son rasgos lógicos para un hombre de su época. Feijoo achaca como una de las razones por las que no se debe creer en brucolacos y otros vampiros es porque la mayoría de las apariciones habían sido en países del este de Europa como Hungría y Rumanía, Para él estos pueblos son inferiores mentalmente, y por ello creen en cuentos de vieja.

Feijoo no da creencia alguna al vampirismo, el cual considera fruto de la inventiva de algunos y de la fácil propagación del miedo entre la población. Para apoyar su presupuesto cuenta la historia de Tournefort, occidental que vive de cerca la fiebre de los vampiros y que no le da credibilidad alguna. Los brucolacos son según el autor seres también creados por la inventiva, pero en este caso de los griegos, con características iguales a las de los vampiros. Así, se señala también que es motivo de denuesto cómo el pueblo griego tras la invasión otomana ha perdido su razón, dejando atrás todo su pasado filosófico.  


Definitivamente, la fantasía y la superstición serán uno de los temas que más preocupe a Benito Jerónimo Feijoo, y por tanto se verán reflejados en su obra, aunque en este caso sea con el objetivo de eliminarlos del pensamiento ilustrado, para acabar con esas sombras de la mente humana alumbrándolas con la luz de la razón.    

lunes, 26 de mayo de 2014

Érase una vez, cuentos del Romanticismo.

Il était une fois, once upon a time, érase una vez... es esta estructura tan conocida y entrañable de los cuentos que hoy hemos heredado, mas, ¿cuales son sus antecedentes?


Únicamente podría ser en este periodo tan enriquecedor como es el Romanticismo, corriente que busca la evasión en lugares exóticos, historias de amor imposibles, anhelos más allá de lo nunca soñado. es pues en esta corriente romántica, evasiva y subjetiva donde se dan los albores de lo que hoy conocemos como el género de la cuentística. Así pues, los cuentos del Romanticismo español se comienzan a fraguar en los periódicos como publicaciones aisladas junto a las páginas de sucesos; ante estas historietas que comienzan a ser escritas por diversos autores como José Espronceda de manera alterna, sin ningún tipo de hilo conductor, que posteriormente eran reeditados y publicados en un solo tomo como fue el caso de la obra El Estudiante de Salamanca, de Espronceda, llegaron a ser el inicio de lo que hoy son denominados cuentos, es decir, pequeñas historietas con temas tan diversos como por ejemplo históricos-legendarios, fantásticos, de amor, de aventuras, populares, etc, que bien podían estar ambientados normalmente en escenarios caballerescos.



Estos escenarios caballerescos forman una de las características comunes entre estos cuentos, como bien podemos apreciar desde la tradición barroca de El burlador de Sevilla, pasando por El estudiante de Salamanca y por Don Juan Tenorio, de Zorrilla, están ambientados en sociedades estamentales en las que hay una nobleza que se mueve en el entorno de la Corte y por contraposición en los entornos más vulgares y populares, como se muestra en el cuento romántico Agonías de la Corte. Agonía Segunda de M. de los Santos Álvarez o en La noche de máscaras. Cuento fantástico de Antonio Ros de Olano.






No obstante, estos entornos podían verse convertidos en locus amoenus, en espacios por y para el amor, pero cargada del aura misteriosa que va de la mano del Romanticismo. Es esto palpable en cuentos como La peña de los enamorados de Mariano Roca de Togores, Marqués de Molins, y más aún perceptible en el cuento de Los tesoros de la Alhambra de Serafín Estéfanez Calderón donde además de ambientarse en un lugar real con una gran carga histórica como es la Alhambra se ve contagiado por la fantasía y además por la picaresca que lleva consigo el anhelo del Tesoro.

Por ende, estos ambientes tan evasivos como fantásticos constituyen parte fundamental de las históricas románticas, pues aportan una gran carga axiológica a la trama y a los personajes tan influenciados e influyentes en el medio.




Érase una vez, cuentos del Romanticismo.

Il était une fois, once upon a time, érase una vez... es esta estructura tan conocida y entrañable de los cuentos que hoy hemos heredado, mas, ¿cuales son sus antecedentes?


Únicamente podría ser en este periodo tan enriquecedor como es el Romanticismo, corriente que busca la evasión en lugares exóticos, historias de amor imposibles, anhelos más allá de lo nunca soñado. es pues en esta corriente romántica, evasiva y subjetiva donde se dan los albores de lo que hoy conocemos como el género de la cuentística. Así pues, los cuentos del Romanticismo español se comienzan a fraguar en los periódicos como publicaciones aisladas junto a las páginas de sucesos; ante estas historietas que comienzan a ser escritas por diversos autores como José Espronceda de manera alterna, sin ningún tipo de hilo conductor, que posteriormente eran reeditados y publicados en un solo tomo como fue el caso de la obra El Estudiante de Salamanca, de Espronceda, llegaron a ser el inicio de lo que hoy son denominados cuentos, es decir, pequeñas historietas con temas tan diversos como por ejemplo históricos-legendarios, fantásticos, de amor, de aventuras, populares, etc, que bien podían estar ambientados normalmente en escenarios caballerescos.



Estos escenarios caballerescos forman una de las características comunes entre estos cuentos, como bien podemos apreciar desde la tradición barroca de El burlador de Sevilla, pasando por El estudiante de Salamanca y por Don Juan Tenorio, de Zorrilla, están ambientados en sociedades estamentales en las que hay una nobleza que se mueve en el entorno de la Corte y por contraposición en los entornos más vulgares y populares, como se muestra en el cuento romántico Agonías de la Corte. Agonía Segunda de M. de los Santos Álvarez o en La noche de máscaras. Cuento fantástico de Antonio Ros de Olano.






No obstante, estos entornos podían verse convertidos en locus amoenus, en espacios por y para el amor, pero cargada del aura misteriosa que va de la mano del Romanticismo. Es esto palpable en cuentos como La peña de los enamorados de Mariano Roca de Togores, Marqués de Molins, y más aún perceptible en el cuento de Los tesoros de la Alhambra de Serafín Estéfanez Calderón donde además de ambientarse en un lugar real con una gran carga histórica como es la Alhambra se ve contagiado por la fantasía y además por la picaresca que lleva consigo el anhelo del Tesoro.

Por ende, estos ambientes tan evasivos como fantásticos constituyen parte fundamental de las históricas románticas, pues aportan una gran carga axiológica a la trama y a los personajes tan influenciados e influyentes en el medio.




viernes, 23 de mayo de 2014

El reino de la superstición. Ambientes fantasmales en el Romanticismo.

Si hay un periodo en la literatura española que sea más conocido por sus clichés que por lo que realmente supuso como sistema ideológico ese es el Romanticismo. Y es que, cuando uno piensa en lo romántico automáticamente vienen a la mente postales perfumadas, claveles y poemas edulcorados, pero la realidad dista mucho de esta idea que comúnmente se ha popularizado sobre el escritor romántico. Al contrario de todo ello, el Romanticismo, entre otras muchas estéticas como el gusto por la recreación histórica y los lugares exóticos, presenta cierta fijación por lo oscuro y fantasmagórico, aquello que podríamos calificar como gótico. 

La literatura gótica nunca fue especialmente cultivada en España, sino que más bien surgió en países del norte de Europa, sobre todo en Inglaterra, y desde allí se fue difundiendo. No obstante, su éxito ha sido rotundo, en el siglo XIX y todavía en la actualidad, razón por la cual ha popularizado una iconografía que para nada nos es ajena: paisajes sombríos, bosques tenebrosos, ruinas medievales y castillos con sus respectivos sótanos, criptas y pasadizos bien poblados de fantasmas, ruidos nocturnos, cadenas, esqueletos, demonios o vampiros.

Toda esta estética fantasmagórica llegará a España desde Inglaterra -Lord Byron será el principal exponente- e influirá tanto en los gustos y modas de la época como en algunas de las obras, si se me permite el término, más “taquilleras”. De este modo, si realizamos una rápida radiografía de la época descubrimos que el público debía demandar este tipo de historias de ambiente tenebroso, pues van a pulular entre todos los géneros literarios, pero con especial fuerza entre los más populares, como serán el cuento o la poesía narrativa –no olvidemos que su principal medio de difusión era la prensa, y por lo tanto su público pertenecía a la clase media lectora.


Será en este momento en el que se retomen todas las supersticiones que habían quedado impregnadas en el pueblo español pese a los vanos intentos de los ilustrados por erradicarlos con la luz de la razón. Y será quizás por la representación de todos estos miedos atávicos, que el ser humano siempre ha tenido y que durante un siglo no habían sido apenas representados en literatura, por lo que esta literatura gustará y mucho entre todas las clases sociales españolas.

Ejemplos de esta literatura romántica tenemos muchos, pero destacaremos dos por las concomitancias que entre ellos se observan: El estudiante de Salamanca, magistral poema narrativo de José de Espronceda, y otro quizás más desconocido para el público, El aparecido, cuento publicado en el periódico “La mariposa” en 1839, del cual se desconoce su autor.

En El estudiante de Salamanca se desarrolla el “mito del Don Juan”, que ya había sido perpetuado en otros antecedentes literarios como la leyenda de Lisandro. Acudiremos junto a Felix de Montemar, seductor indómito, a su propio entierro, guiados por la calle del ataúd por una víctima de sus seducciones, Elvira, o mejor dicho su fantasma.

Lo fantasmagórico en esta leyenda en verso es evidente, tanto es así que se puede considerar el mejor ejemplo de literatura gótica española, y será en su final cuando se despliegue toda una serie de recursos temáticos y retóricos para aterrar al lector con la visión de la calavera de la muerta Elvira, que por fin besa a Montemar antes de condenarlo a los infiernos.

Frente a este texto, El aparecido nos contará otra historia de fantasmas. En este caso, cambiaremos de ciudad, dejando Salamanca para acercarnos a Andalucía, y el fantasma de la infeliz Elvira será sustituido por el de El aparecido, espectro que atemorizará al pueblo granadino en el que se situarán los hechos.

Así, salvando las distancias, encontramos un ambiente espectral y oscuro muy adecuado para este tipo de relatos, en los que la nocturnidad es condición sine qua non para el desarrollo de la acción. La ambientación de El estudiante de Salamanca nos sitúa en el siguiente espacio:

Era más de media noche,
antiguas historias cuentan,
cuando en sueño y en silencio
lóbrego envuelta la tierra,
los vivos muertos parecen,
los muertos la tumba dejan.

De la misma forma, según se afirma en el cuento publicado en “La mariposa” el fantasma solo aparecerá “A ciertas horas de la noche, cuando el resplandor se volvía triste y blanquecino”.

"Las puertas del infierno", Auguste Rodin.

Sin embargo, las diferencias en el papel de los actantes serán llamativas, puesto que podemos señalar un paralelismo cruzado entre los personajes de ambas obras, que se asimilarán, en cierto modo, con el cielo y el infierno. Tanto en una como en otra obra encontraremos una víctima y un diablo, pero sendos papeles están contrapuestos.

Mientras que en El estudiante de Salamanca el fantasma de Elvira será una pobre alma vagabunda que busca el ajuste de cuentas con Don Félix –al fin y al cabo el restablecimiento de una justicia moral-, el fantasma de El aparecido será una criatura diabólica, malhechora e inquietante que atacará a sus antiguos convecinos.

De la misma manera, en El estudiante de Salamanca el diablo será terrenal y hará sus fechorías en este mundo terreno, siendo una de muchas la causa de la muerte de la joven Elvira, a la que deshonró y abocó al suicidio. Las víctimas de El aparecido serán el conjunto del pueblo, que asiste aterrorizado a los sucesos paranormales que ocurren tras la repentino muerte de un señor que muere en pecado.


Finalmente, será la moral cristiana –el juicio final, ya sea en su versión terrena o en la espiritual– la que haga justicia entre las víctimas y desencadene un desenlace en el que, pese al halo de misterio que se sigue manteniendo, pues todo aparece narrado como si de una leyenda se tratara, el orden justo y natural se restablezca.

El reino de la superstición. Ambientes fantasmales en el Romanticismo.

Si hay un periodo en la literatura española que sea más conocido por sus clichés que por lo que realmente supuso como sistema ideológico ese es el Romanticismo. Y es que, cuando uno piensa en lo romántico automáticamente vienen a la mente postales perfumadas, claveles y poemas edulcorados, pero la realidad dista mucho de esta idea que comúnmente se ha popularizado sobre el escritor romántico. Al contrario de todo ello, el Romanticismo, entre otras muchas estéticas como el gusto por la recreación histórica y los lugares exóticos, presenta cierta fijación por lo oscuro y fantasmagórico, aquello que podríamos calificar como gótico. 

La literatura gótica nunca fue especialmente cultivada en España, sino que más bien surgió en países del norte de Europa, sobre todo en Inglaterra, y desde allí se fue difundiendo. No obstante, su éxito ha sido rotundo, en el siglo XIX y todavía en la actualidad, razón por la cual ha popularizado una iconografía que para nada nos es ajena: paisajes sombríos, bosques tenebrosos, ruinas medievales y castillos con sus respectivos sótanos, criptas y pasadizos bien poblados de fantasmas, ruidos nocturnos, cadenas, esqueletos, demonios o vampiros.

Toda esta estética fantasmagórica llegará a España desde Inglaterra -Lord Byron será el principal exponente- e influirá tanto en los gustos y modas de la época como en algunas de las obras, si se me permite el término, más “taquilleras”. De este modo, si realizamos una rápida radiografía de la época descubrimos que el público debía demandar este tipo de historias de ambiente tenebroso, pues van a pulular entre todos los géneros literarios, pero con especial fuerza entre los más populares, como serán el cuento o la poesía narrativa –no olvidemos que su principal medio de difusión era la prensa, y por lo tanto su público pertenecía a la clase media lectora.


Será en este momento en el que se retomen todas las supersticiones que habían quedado impregnadas en el pueblo español pese a los vanos intentos de los ilustrados por erradicarlos con la luz de la razón. Y será quizás por la representación de todos estos miedos atávicos, que el ser humano siempre ha tenido y que durante un siglo no habían sido apenas representados en literatura, por lo que esta literatura gustará y mucho entre todas las clases sociales españolas.

Ejemplos de esta literatura romántica tenemos muchos, pero destacaremos dos por las concomitancias que entre ellos se observan: El estudiante de Salamanca, magistral poema narrativo de José de Espronceda, y otro quizás más desconocido para el público, El aparecido, cuento publicado en el periódico “La mariposa” en 1839, del cual se desconoce su autor.

En El estudiante de Salamanca se desarrolla el “mito del Don Juan”, que ya había sido perpetuado en otros antecedentes literarios como la leyenda de Lisandro. Acudiremos junto a Felix de Montemar, seductor indómito, a su propio entierro, guiados por la calle del ataúd por una víctima de sus seducciones, Elvira, o mejor dicho su fantasma.

Lo fantasmagórico en esta leyenda en verso es evidente, tanto es así que se puede considerar el mejor ejemplo de literatura gótica española, y será en su final cuando se despliegue toda una serie de recursos temáticos y retóricos para aterrar al lector con la visión de la calavera de la muerta Elvira, que por fin besa a Montemar antes de condenarlo a los infiernos.

Frente a este texto, El aparecido nos contará otra historia de fantasmas. En este caso, cambiaremos de ciudad, dejando Salamanca para acercarnos a Andalucía, y el fantasma de la infeliz Elvira será sustituido por el de El aparecido, espectro que atemorizará al pueblo granadino en el que se situarán los hechos.

Así, salvando las distancias, encontramos un ambiente espectral y oscuro muy adecuado para este tipo de relatos, en los que la nocturnidad es condición sine qua non para el desarrollo de la acción. La ambientación de El estudiante de Salamanca nos sitúa en el siguiente espacio:

Era más de media noche,
antiguas historias cuentan,
cuando en sueño y en silencio
lóbrego envuelta la tierra,
los vivos muertos parecen,
los muertos la tumba dejan.

De la misma forma, según se afirma en el cuento publicado en “La mariposa” el fantasma solo aparecerá “A ciertas horas de la noche, cuando el resplandor se volvía triste y blanquecino”.

"Las puertas del infierno", Auguste Rodin.

Sin embargo, las diferencias en el papel de los actantes serán llamativas, puesto que podemos señalar un paralelismo cruzado entre los personajes de ambas obras, que se asimilarán, en cierto modo, con el cielo y el infierno. Tanto en una como en otra obra encontraremos una víctima y un diablo, pero sendos papeles están contrapuestos.

Mientras que en El estudiante de Salamanca el fantasma de Elvira será una pobre alma vagabunda que busca el ajuste de cuentas con Don Félix –al fin y al cabo el restablecimiento de una justicia moral-, el fantasma de El aparecido será una criatura diabólica, malhechora e inquietante que atacará a sus antiguos convecinos.

De la misma manera, en El estudiante de Salamanca el diablo será terrenal y hará sus fechorías en este mundo terreno, siendo una de muchas la causa de la muerte de la joven Elvira, a la que deshonró y abocó al suicidio. Las víctimas de El aparecido serán el conjunto del pueblo, que asiste aterrorizado a los sucesos paranormales que ocurren tras la repentino muerte de un señor que muere en pecado.


Finalmente, será la moral cristiana –el juicio final, ya sea en su versión terrena o en la espiritual– la que haga justicia entre las víctimas y desencadene un desenlace en el que, pese al halo de misterio que se sigue manteniendo, pues todo aparece narrado como si de una leyenda se tratara, el orden justo y natural se restablezca.

lunes, 19 de mayo de 2014

Don Juan Tenorio ante la eternidad.

El amor ha hecho de Don Juan Tenorio un ser invencible al paso del tiempo, y es que, ¿quién no ha oído hablar alguna vez sobre este personaje o ha mantenido contacto directo con él a través de su libro o película? La base de esta obra es el amor, y puesto que el amor todo lo puede, es por ello que vemos cómo sus personajes se hacen perpetuos a lo largo de los años.

Don Juan, ese muchacho calavera y despiadado, aún puede verse en una ciudad cualquiera en una calle cualquiera, burlándose del dulce y puro amor de una bella Doña Inés, que le profesa amor eterno mientras él observa el vuelo de la falda de otras que pasan por su lado. Pero cuando el amor es verdadero, se hace poderoso ante mil vicisitudes, y toda la maldad se ve destronada por este poder, y es por lo que, finalmente la bella Doña Inés consigue que Don Juan vuelva sus pasos al buen camino, devolviéndole la fe que incluso él creía no tener. Ese amor, ese sentimiento puro, siembra su semilla en lo más profundo de un Don Juan que, arrepentido, se da cuenta de lo que no quería ver: Que está enamorado de Doña Inés.

Y es ahí donde descubrimos el gran poder del AMOR con mayúsculas, pues vemos a una dulce joven que, a pesar de todo el daño que le ha hecho este ser, y todo lo que ha sufrido, intercede por su amado al Señor, para salvarle el alma, para llevarlo con ella a donde va lo puro y lo inmaculado. De nuevo entra el tiempo en escena, y ella le dirige esas palabras tan importantes que todos, alguna vez, hemos dirigido a alguien a quien amábamos: “Te espero”. Es aquí donde se completa la dicha de este sentimiento: La espera. La espera envuelta en un espacio atemporal, en el que no importa nada más que la salvación del ser amado, en el que no importa más que la unión de las dos almas que se buscan, y que, aunque sea en la eternidad, lograrán estar juntas.


Es por este milagro que Don Juan Tenorio de José Zorrilla sigue vivo en nuestros días y lo seguirá en días venideros, por el amor. La sociedad, el público, cree aún en la pureza de esta dicha, y lo busca y aprende de esa tierna Doña Inés que lo da todo por ello, incluso su alma. Los lectores se reflejan en esas palabras, y se ven a sí mismos empuñando espadas o siendo espectros que lanzan mensajes, y recuerdan cómo alguna vez, ellos han sido muchachos burladores o dulces jóvenes enamoradas viendo pasar el tiempo.

Don Juan Tenorio ante la eternidad.

El amor ha hecho de Don Juan Tenorio un ser invencible al paso del tiempo, y es que, ¿quién no ha oído hablar alguna vez sobre este personaje o ha mantenido contacto directo con él a través de su libro o película? La base de esta obra es el amor, y puesto que el amor todo lo puede, es por ello que vemos cómo sus personajes se hacen perpetuos a lo largo de los años.

Don Juan, ese muchacho calavera y despiadado, aún puede verse en una ciudad cualquiera en una calle cualquiera, burlándose del dulce y puro amor de una bella Doña Inés, que le profesa amor eterno mientras él observa el vuelo de la falda de otras que pasan por su lado. Pero cuando el amor es verdadero, se hace poderoso ante mil vicisitudes, y toda la maldad se ve destronada por este poder, y es por lo que, finalmente la bella Doña Inés consigue que Don Juan vuelva sus pasos al buen camino, devolviéndole la fe que incluso él creía no tener. Ese amor, ese sentimiento puro, siembra su semilla en lo más profundo de un Don Juan que, arrepentido, se da cuenta de lo que no quería ver: Que está enamorado de Doña Inés.

Y es ahí donde descubrimos el gran poder del AMOR con mayúsculas, pues vemos a una dulce joven que, a pesar de todo el daño que le ha hecho este ser, y todo lo que ha sufrido, intercede por su amado al Señor, para salvarle el alma, para llevarlo con ella a donde va lo puro y lo inmaculado. De nuevo entra el tiempo en escena, y ella le dirige esas palabras tan importantes que todos, alguna vez, hemos dirigido a alguien a quien amábamos: “Te espero”. Es aquí donde se completa la dicha de este sentimiento: La espera. La espera envuelta en un espacio atemporal, en el que no importa nada más que la salvación del ser amado, en el que no importa más que la unión de las dos almas que se buscan, y que, aunque sea en la eternidad, lograrán estar juntas.


Es por este milagro que Don Juan Tenorio de José Zorrilla sigue vivo en nuestros días y lo seguirá en días venideros, por el amor. La sociedad, el público, cree aún en la pureza de esta dicha, y lo busca y aprende de esa tierna Doña Inés que lo da todo por ello, incluso su alma. Los lectores se reflejan en esas palabras, y se ven a sí mismos empuñando espadas o siendo espectros que lanzan mensajes, y recuerdan cómo alguna vez, ellos han sido muchachos burladores o dulces jóvenes enamoradas viendo pasar el tiempo.

¿Rendición o condena?

Con la obra de don Juan Tenorio de José Zorrilla estamos ante la leyenda de El burlador de Sevilla de Tirso de Molina en 1630, la primera versión documentada del mito de Don Juan, pasando por la versión de otros escritores extranjeros como Molière o Carlo Goldoni, hasta la versión romántica que analizaremos a continuación.

Es importante precisar la poética del texto, puesto que, como recordamos la obra romántica o el drama se caracteriza por romper la regla de las tres unidades, no hay una única acción, no hay un único escenario,y la escala del tiempo es mucho más prolongada que un día como hemos visto.

Nos llama la atención el ingrediente novelesco y en este sentido cada uno de los actos hace alusión a esta intriga, a este interés novelesco de la acción, incrementado además, por el empleo del tiempo que lleva a cabo el autor. Si bien, este drama se divide en dos partes y si consideramos pues que, entre la primera parte y la segunda han transcurrido cinco años es muy importante analizar el desarrollo temporal de la obra, pues independientemente que hayan pasado 5 años de la primera a la segunda, vamos a ver que el ritmo temporal de la primera se sucede mucho más rápido, ya que lo que interesa ver es el ritmo aventurero y cómo a este seductor o burlador el proceso de seducción o de conquista de mujeres son una nómina de mujeres como otra cualquiera que consigue sin esfuerzo.

No obstante, este personaje está envuelto en un aura de misterio cuya vida está continuamente marcada por el trascurso del tiempo en relación con la apuesta entre don Juan y don Luis, puesto que en esta historia el plazo, el tiempo que afecta, es el tiempo que cada uno de los hombres tiene de vida para hacer buenas o malas obras, es decir, para su salvación o su condena.

En el Burlador de Sevilla, o en el de Gaspar Zamora actualizan la versión Barroca es un antecedente de don Juan de Zorrilla por lo tanto está en una cadena que nos lleva desde el Burlador Barroco hasta el don Juan Romántico. El tiempo es un tiempo religioso y espiritual nos habla de la salvación y la muerte.
 
Mas a nuestro Don Juan no le importa la ley divina o humana y está dispuesto a apostar cualquier cosa. Se burla de su padre don Diego Tenorio, quien le avisa que hay un Dios justiciero que le pedirá cuentas, observamos aquí que es la misma idea Barroca de la vida limitada para hacer obras buenas y redimirse para poder disfrutar una vida eterna, que son las que llevará de la mano al Juicio Final, se burla pues de la justicia divina y paterna. No obstante, esta postura ha de retornar ante el amor de doña Inés, el cual comienza siendo una apuesta, después un devaneo y terminará siendo un amor salvador puesto que no solamente la palabra sino el gesto de don Juan comienzan a declarar esa posible actitud de rendición frente a alguien que antes solamente había mostrado orgullo y desafío. Asistimos a continuación a la transformación de don Juan, aquí se abre la posibilidad que se va a desarrollar en la segunda parte de la obra, don juan plantea aquí que quizás Dios ha creado a Inés para su redención.

En las escenas finales Inés habla de Purgatorio, ella ha muerto, pero Dios le otorga la posibilidad de permanecer en el Purgatorio y esperar hasta la rendición de don Juan, este hijo del mal, como continuamente se le denomina en la obra decidirá si condenará su alma y el alma pura de doña Inés o salvará ambas. Es esta una idea en la que sacamos varios esbozos sobre el fin de esta obra.

Por un lado, ante las continuas menciones o comparaciones entre don Juan y Satanás nos encontramos en un ambiente de continuo delirio y enajenación ante la incrédula mirada de don Juan, dándole la mano a don Gonzalo se nos representa el camino hacia el Infierno, pero nuestro personaje pide clemencia y piedad, así pues se le ofrece al cristiano desconfiado la oportunidad de redimirse mediante la figura de la dulce y cándida doña Inés, a la que pedirá su mano para arrepentirse y disfrutar con ella de tan recelada vida eterna,  Se cierra la obra con la figura de un don Juan pecador que se redimió gracias al Amor.





¿Rendición o condena?

Con la obra de don Juan Tenorio de José Zorrilla estamos ante la leyenda de El burlador de Sevilla de Tirso de Molina en 1630, la primera versión documentada del mito de Don Juan, pasando por la versión de otros escritores extranjeros como Molière o Carlo Goldoni, hasta la versión romántica que analizaremos a continuación.

Es importante precisar la poética del texto, puesto que, como recordamos la obra romántica o el drama se caracteriza por romper la regla de las tres unidades, no hay una única acción, no hay un único escenario,y la escala del tiempo es mucho más prolongada que un día como hemos visto.

Nos llama la atención el ingrediente novelesco y en este sentido cada uno de los actos hace alusión a esta intriga, a este interés novelesco de la acción, incrementado además, por el empleo del tiempo que lleva a cabo el autor. Si bien, este drama se divide en dos partes y si consideramos pues que, entre la primera parte y la segunda han transcurrido cinco años es muy importante analizar el desarrollo temporal de la obra, pues independientemente que hayan pasado 5 años de la primera a la segunda, vamos a ver que el ritmo temporal de la primera se sucede mucho más rápido, ya que lo que interesa ver es el ritmo aventurero y cómo a este seductor o burlador el proceso de seducción o de conquista de mujeres son una nómina de mujeres como otra cualquiera que consigue sin esfuerzo.

No obstante, este personaje está envuelto en un aura de misterio cuya vida está continuamente marcada por el trascurso del tiempo en relación con la apuesta entre don Juan y don Luis, puesto que en esta historia el plazo, el tiempo que afecta, es el tiempo que cada uno de los hombres tiene de vida para hacer buenas o malas obras, es decir, para su salvación o su condena.

En el Burlador de Sevilla, o en el de Gaspar Zamora actualizan la versión Barroca es un antecedente de don Juan de Zorrilla por lo tanto está en una cadena que nos lleva desde el Burlador Barroco hasta el don Juan Romántico. El tiempo es un tiempo religioso y espiritual nos habla de la salvación y la muerte.
 
Mas a nuestro Don Juan no le importa la ley divina o humana y está dispuesto a apostar cualquier cosa. Se burla de su padre don Diego Tenorio, quien le avisa que hay un Dios justiciero que le pedirá cuentas, observamos aquí que es la misma idea Barroca de la vida limitada para hacer obras buenas y redimirse para poder disfrutar una vida eterna, que son las que llevará de la mano al Juicio Final, se burla pues de la justicia divina y paterna. No obstante, esta postura ha de retornar ante el amor de doña Inés, el cual comienza siendo una apuesta, después un devaneo y terminará siendo un amor salvador puesto que no solamente la palabra sino el gesto de don Juan comienzan a declarar esa posible actitud de rendición frente a alguien que antes solamente había mostrado orgullo y desafío. Asistimos a continuación a la transformación de don Juan, aquí se abre la posibilidad que se va a desarrollar en la segunda parte de la obra, don juan plantea aquí que quizás Dios ha creado a Inés para su redención.

En las escenas finales Inés habla de Purgatorio, ella ha muerto, pero Dios le otorga la posibilidad de permanecer en el Purgatorio y esperar hasta la rendición de don Juan, este hijo del mal, como continuamente se le denomina en la obra decidirá si condenará su alma y el alma pura de doña Inés o salvará ambas. Es esta una idea en la que sacamos varios esbozos sobre el fin de esta obra.

Por un lado, ante las continuas menciones o comparaciones entre don Juan y Satanás nos encontramos en un ambiente de continuo delirio y enajenación ante la incrédula mirada de don Juan, dándole la mano a don Gonzalo se nos representa el camino hacia el Infierno, pero nuestro personaje pide clemencia y piedad, así pues se le ofrece al cristiano desconfiado la oportunidad de redimirse mediante la figura de la dulce y cándida doña Inés, a la que pedirá su mano para arrepentirse y disfrutar con ella de tan recelada vida eterna,  Se cierra la obra con la figura de un don Juan pecador que se redimió gracias al Amor.





domingo, 18 de mayo de 2014

Don Juan Tenorio: Salvaciones y condenas.


Cuando nos disponemos a leer o ver representada la conocida obra de José Zorrilla, Don Juan Tenorio, las referencias a otros textos y productos culturales se hacen imposibles de eludir, ya que este arquetipo literario hace años que saltó de las páginas de los libros para convertirse en un mito que se reinterpreta una y otra vez, resurgiendo con nueva fuerza en diferentes productos culturales. 

Hoy en día seguimos encontrando "donjuanes" en nuestras ficciones televisivas y obras literarias. Es este un tipo literario que vuelve con bastante asiduidad, y más aún a nuestra literatura hispánica, que parece tenerle especial cariño. Así, el personaje mujeriego, descreído y bravucón que no teme a nada y que termina redimiéndose por el amor de una mujer no nos resulta para nada desconocido, ya nos lo hayan presentado por medio del teatro, la narrativa, o incluso la televisión.

Tan solo centrándonos en las referencias literarias más brillantes que recogieron este mito, podemos encontrar dos obras de nuestra tradición literaria harto conocidas: El Burlador de Sevilla -de Tirso de Molina o de Andrés de Claramonte- y Don Juan Tenorio de Zorrilla. Ambas, aunque tienen concomitancias que las relacionan de una forma irrevocable, van a dejar patente un sistema cultural totalmente diferente que provoca que la resolución del argumento difiera en gran manera, pues no olvidemos que la obra literaria, además del goce estético que pueda provocar, es reflejo de un momento histórico y de un sistema de valores, individual o colectivo. 


Mientras que en El burlador de Sevilla el impío Don Juan será castigado ante la ley de Dios por sus pecados, representando así la moral clásica cristiana, en la que el acérrimo pecador recibe su justo castigo en el juicio final; en el Don Juan Tenorio de Zorrilla, el personaje, igual de calavera y seductor, se salvará por el amor que Doña Inés le profesa, y que será suficiente para redimir una vida licenciosa y llena de pecados. 

El cambio ocurrido en el final nos da una muestra de cómo la sociedad romántica cambia los ejes sustentadores de la misma, y poco a poco comienza, levemente, a alejarse del dogma cristiano para dejar paso a nuevas realidades, en las que la justicia divina se ablanda ante el hombre. Es Don Juan un buen ejemplo del héroe romántico, canalla, misterioso y seductor, que sin duda va a tener el beneplácito del público, y casi podríamos decir que de los dioses. 

José de Zorrilla, al contrario que su precursor, Tirso de Molina o Andrés de Claramonte, considera que no son tantos los pecados de Don Juan como para cerrarle las puertas del cielo a él y una pobre enamorada. En la misma situación, dos siglos atrás, no se había dudado en condenar al fuego eterno a los enamorados. Este hecho es una muestra de cómo en el sistema de valores romántico, el amor y la sensibilidad cobrarán una importancia que antes no tenían, y que va a ir aumentando hasta la época contemporánea,  que llevará a nuestros autores a justificarlo todo por amor.

Podemos afirmar que el público así quería al Don Juan porque hay testimonios de la época que señalan que los espectadores buscaban en esta representación a un Don Juan canalla, pendenciero y seductor, y rechazaron con desprecio todo intento moralista de edulcoración del personaje. Por otro lado, si una característica del Don Juan ha trascendido a sus consiguientes retoños ha sido la de la posibilidad de redención a través del amor de una mujer pura y noble, que muere a causa de la pasión insatisfecha por el bravucón protagonista, que queda prendado de la misma. Esta quizás sea la idea más desarrollada en los siglos XX y XXI de los nuevos don juanes, que a su vez se encontrarán con mujeres que los harán cambiar de vida.


Parece que el mito de Don Juan nos acompañará largo tiempo aún, y que la forma en que se represente y en que lo releamos nos identifica como sujetos sociales, pues parece claro que desde nuestra perspectiva actual, este pendenciero que ante nada se amedrenta y que subvierte todas las normas, morales y sociales, nos cae cada día mejor. 

Don Juanes a lo largo de la historia. A la izq. (Don Juan Tenorio y El burlador de Sevilla, mitos clásicos). A la der. ( James Bond y Brian Kinney, reinterpretaciones actuales).