jueves, 11 de septiembre de 2014

Goya, el genio de los disparates.

El pasado 6 de Mayo daba comienzo el I Congeso Liberal: La represión absolutista y el exilio, en Cádiz. D. Juan Carrete Redondo llevó a cabo en una de sus conferencias Los Disparates de Goya.

Para quien no conozca esta serie de retratos del autor, nos referimos a la pintura más compleja, extraña y de difícil interpretación de Francisco de Goya. Son una serie, probablemente incompleta, de veintidós grabados dedicados a visiones oníricas, la violencia, el sexo e incluso la puesta en ridículo de instituciones relacionadas con el Antiguo Régimen y el poder establecido como crítica. Aparecen en ellas la imaginación, lo grotesco, la noche y el carnaval, y es necesario conocer su contexto para saber qué nos quieren decir. Fue en esto en lo que se basó la Conferencia de D. Juan Carrete Redondo.

Si citamos sus palabras podemos recordar frases como: "Es una etapa de terror y Goya pudo estar aterrorizado". "En el año 1814 Goya tiene 68 años. Es viudo, sordo y algunos de sus amigos le habían cogido el sitio. Nos deja su autorretrato junto a otro, que en pintura son los únicos. Lo que más llama la atención es el vestido; es un hombre mayor, oficialmente funcionario del Palacio Real, pintor de cámara y vemos que va vestido como un descamisado, no le interesa la apariencia. Nos da la visión de pobre que puede estar aterrorizado y a la vez esperanzado. No son retratos de encargo, los hace para sí".

"Lo que interesa son las obras que no son delicadas en 1815-1816. Son una serie, una teúrgia a la sinrazón. Algo que va contra toda razón".

Con estas palabras citadas nos situaba D. Juan Carrete ante un Goya que, poco menos podríamos pensar que había perdido el juicio. Se encuentra en una etapa muy complicada de su vida, parece estar asustado, acechado y dedica su ingenio a pintar una serie de disertaciones que van en contra de todo lo establecido, no importa si son instituciones, fiestas… En sus obras prevalece el desenfreno, la crítica, la lucha por algo que sólo él mismo entendía.

Había trabajado incansablemente por ser alguien de renombre en la vida y se veía desplazado por personas que no merecían su puesto. Su aspecto ya no le importaba, es por eso que decide hacer su autorretrato como si fuese una persona sin recursos, pues ya no le queda nada, porque todo lo ha entregado y todo le ha sido arrebatado de manera injusta.

Así pues, decidió crear una serie de imágenes que sólo su persona sabría darle orden y juicio, así como dejar a toda una humanidad con dudas y conjeturas sobre qué querría decir con sus obras, creando así un inmenso número de bibliografías que se dedican a “acertar” qué es lo que quería decirnos.


Sin duda, pienso que es una obra magistral, digna de un genio que decide llevar su verdad a la tumba.

Goya, el genio de los disparates.

El pasado 6 de Mayo daba comienzo el I Congeso Liberal: La represión absolutista y el exilio, en Cádiz. D. Juan Carrete Redondo llevó a cabo en una de sus conferencias Los Disparates de Goya.

Para quien no conozca esta serie de retratos del autor, nos referimos a la pintura más compleja, extraña y de difícil interpretación de Francisco de Goya. Son una serie, probablemente incompleta, de veintidós grabados dedicados a visiones oníricas, la violencia, el sexo e incluso la puesta en ridículo de instituciones relacionadas con el Antiguo Régimen y el poder establecido como crítica. Aparecen en ellas la imaginación, lo grotesco, la noche y el carnaval, y es necesario conocer su contexto para saber qué nos quieren decir. Fue en esto en lo que se basó la Conferencia de D. Juan Carrete Redondo.

Si citamos sus palabras podemos recordar frases como: "Es una etapa de terror y Goya pudo estar aterrorizado". "En el año 1814 Goya tiene 68 años. Es viudo, sordo y algunos de sus amigos le habían cogido el sitio. Nos deja su autorretrato junto a otro, que en pintura son los únicos. Lo que más llama la atención es el vestido; es un hombre mayor, oficialmente funcionario del Palacio Real, pintor de cámara y vemos que va vestido como un descamisado, no le interesa la apariencia. Nos da la visión de pobre que puede estar aterrorizado y a la vez esperanzado. No son retratos de encargo, los hace para sí".

"Lo que interesa son las obras que no son delicadas en 1815-1816. Son una serie, una teúrgia a la sinrazón. Algo que va contra toda razón".

Con estas palabras citadas nos situaba D. Juan Carrete ante un Goya que, poco menos podríamos pensar que había perdido el juicio. Se encuentra en una etapa muy complicada de su vida, parece estar asustado, acechado y dedica su ingenio a pintar una serie de disertaciones que van en contra de todo lo establecido, no importa si son instituciones, fiestas… En sus obras prevalece el desenfreno, la crítica, la lucha por algo que sólo él mismo entendía.

Había trabajado incansablemente por ser alguien de renombre en la vida y se veía desplazado por personas que no merecían su puesto. Su aspecto ya no le importaba, es por eso que decide hacer su autorretrato como si fuese una persona sin recursos, pues ya no le queda nada, porque todo lo ha entregado y todo le ha sido arrebatado de manera injusta.

Así pues, decidió crear una serie de imágenes que sólo su persona sabría darle orden y juicio, así como dejar a toda una humanidad con dudas y conjeturas sobre qué querría decir con sus obras, creando así un inmenso número de bibliografías que se dedican a “acertar” qué es lo que quería decirnos.


Sin duda, pienso que es una obra magistral, digna de un genio que decide llevar su verdad a la tumba.

La Regenta, a caballo entre lo real y lo natural.

En esta entrada me dispongo a comentar un capítulo, concretamente el XXVI, de la famosísima obra conocida por cualquier persona vinculada o no a la literatura, como es La Regenta.

Primera novela de Leopoldo Alas Clarín, publicada en dos tomos en los años 1884 y 1885, de la cual su mismo autor dice “fue escrita como artículos sueltos” que “según iba escribiendo, iba mandando al editor”.

En el ya citado capítulo a comentar, así como en toda su obra, descubrimos que esta magistral obra de Clarín puede ser o bien, un cuadro realista con pinceladas naturalistas, o de lo contrario, naturalista en su origen con toques de realismo tardíos. Sin embargo, pese a esta duda que asalta a muchos de sus lectores, podemos confirmar que La Regenta es una obra realista con toques naturales.

No hay que profundizar mucho en sus oraciones para descubrir que nos ofrece la realidad como si la viésemos a través del cristal de una ventana, limpia, exacta, y que, a través de su narrador omnisciente, heterodiegético y en 3ª persona, nos hace vivir la historia como si un personaje más de la misma fuéramos.

Descubrimos también que es una literatura dirigida a la clase burgués de finales del siglo XIX y que a través de los pensamientos de su protagonista, Ana Ozores, en la que se centra este capítulo, se pueden vislumbrar las preocupaciones y conjeturas de la sociedad de la época, lo que llena a la obra de un realismo aún más supremo.

Clarín nos lleva a un espacio temporal como es la Semana Santa de Vetusta, en la que el principal revuelo lo provoca nuestra protagonista por querer ejercer penitencia descalza en la procesión del Jueves Santo. Escandaliza a ciertos personajes y nos hace comprobar como el pueblo de Vetusta es falsamente cristiano e incluso alguno de ellos envidioso del papel que tomará Ana en dicho acto.

Ella misma, la que ha pasado a ser “una más” de la sociedad por caer en el adulterio, por sucumbir a sus deseos carnales y que Clarín nos muestra con gran maestría a la hora de analizarnos a una sociedad de baja moral, que se aboca al fracaso, en ambientes degradados de los que nada bueno se espera. Personas falsamente “vestidas” de una clase social a la que realmente no deberían pertenecer por el mero hecho de su actitud ante la vida y los demás.


La Regenta, a caballo entre lo real y lo natural.

En esta entrada me dispongo a comentar un capítulo, concretamente el XXVI, de la famosísima obra conocida por cualquier persona vinculada o no a la literatura, como es La Regenta.

Primera novela de Leopoldo Alas Clarín, publicada en dos tomos en los años 1884 y 1885, de la cual su mismo autor dice “fue escrita como artículos sueltos” que “según iba escribiendo, iba mandando al editor”.

En el ya citado capítulo a comentar, así como en toda su obra, descubrimos que esta magistral obra de Clarín puede ser o bien, un cuadro realista con pinceladas naturalistas, o de lo contrario, naturalista en su origen con toques de realismo tardíos. Sin embargo, pese a esta duda que asalta a muchos de sus lectores, podemos confirmar que La Regenta es una obra realista con toques naturales.

No hay que profundizar mucho en sus oraciones para descubrir que nos ofrece la realidad como si la viésemos a través del cristal de una ventana, limpia, exacta, y que, a través de su narrador omnisciente, heterodiegético y en 3ª persona, nos hace vivir la historia como si un personaje más de la misma fuéramos.

Descubrimos también que es una literatura dirigida a la clase burgués de finales del siglo XIX y que a través de los pensamientos de su protagonista, Ana Ozores, en la que se centra este capítulo, se pueden vislumbrar las preocupaciones y conjeturas de la sociedad de la época, lo que llena a la obra de un realismo aún más supremo.

Clarín nos lleva a un espacio temporal como es la Semana Santa de Vetusta, en la que el principal revuelo lo provoca nuestra protagonista por querer ejercer penitencia descalza en la procesión del Jueves Santo. Escandaliza a ciertos personajes y nos hace comprobar como el pueblo de Vetusta es falsamente cristiano e incluso alguno de ellos envidioso del papel que tomará Ana en dicho acto.

Ella misma, la que ha pasado a ser “una más” de la sociedad por caer en el adulterio, por sucumbir a sus deseos carnales y que Clarín nos muestra con gran maestría a la hora de analizarnos a una sociedad de baja moral, que se aboca al fracaso, en ambientes degradados de los que nada bueno se espera. Personas falsamente “vestidas” de una clase social a la que realmente no deberían pertenecer por el mero hecho de su actitud ante la vida y los demás.


Cuentos entre penumbras: Romanticismo.

Al hablar de Romanticismo nos referimos a ese movimiento cultural y literario que defiende que la razón no es la explicación a todo, como ocurría en la Ilustración, si no que existe un mundo paralelo al que ésta no puede acceder y en el que es posible la aparición de lo fantástico y sobrenatural. Así podemos verlo en sus escritos, donde el autor es considerado un auténtico genio creador que ayuda a descifrar esa realidad que la razón no puede explicar.

En este período aparece una literatura muy atrayente para todas las clases sociales. Es aquella en la aparece lo sobrenatural, el espectro, la noche oscura y tenebrosa, cementerios, calaveras, misterios… Una literatura que dista mucho de lo anterior conocido y que creará una realidad llena de supersticiones y miedos olvidados por la sociedad española.

El cuento toma protagonismo en varias ediciones de periódicos y revistas, ocupándolas casi por completo, puesto que era lo que la sociedad deseaba leer. Es así, como en el tomo IV de la revista Cartas españolas, en 1832, aparece publicado bajo la firma de “El Solitario”, Los tesoros de la Alhambra.

“Ayer al asomar la noche, recogía el fresco por el puente último que lleva al Abellano, y donde viene también a dar la senda que conduce a las espaldas de la Alhambra. Solitario el sitio, y la hora a propósito, me dejaba ir en alas de mis devaneos, cuando una voz cercana a mí en extremo me sacó de mis ensueños, diciéndome: "¿Eres valiente? Quieres hacer fortuna? Volví los ojos y me encontré á dos pasos con un soldado de mas que alta estatura, con morrión de cresta, con gola y vestes azules, con el rostro no desagradable pero pálido y ceniciento, y con la voz si bien honda y tristísima nada desapacible. Llevaba terciada la espada del hombro, y en la mano apoyaba la pica oscura pero de hierro muy luciente.

Al darnos de bruces con semejante escritura, nuestra mente hace un recorrido por las obras ya conocidas, y nos sitúa frente a frente con El estudiante de Salamanca. No es complejo adivinar tal obra ente otras tantas, pues la situación del lugar, la noche, la aparición, el ambiente… nos hace situarnos en otro contexto muy parecido pero con distintos personajes: Nuestro querido caballero Don Félix de Montemar ante el espectro de la bella Elvira, que lo llama desde el inframundo para salvarle la eternidad.
Si comparamos dichas escenas descubrimos las similitud en los parajes; puertas de hierro, frío, noche, bruma, sonidos inquietantes… más si enfrentamos dichas historias, vemos como la tragedia hace mella en ambas, como la eternidad errante, pesada, se hace presente, es como un peso que ahoga al personaje e incluso al lector, una angustia que no deja respirar rodeado de esos árboles emitiendo sonidos sepulcrales con desconocido emisor.

En Los tesoros de la Alhambra, el espectro cuenta a Don Carlos, protagonista de la historia, que él tiene como misión guardar los tesoros de los moros por toda la eternidad, pero que cada tres años tiene la oportunidad de salir de su encadenamiento y buscar a alguien que lo sustituya. Don Carlos, asume por completo la historia, cegado por custodiar tales tesoros, pero éste no conseguirá ser el nuevo guardián y la ambición por esa riqueza lo llevará a la más pura enajenación, incluso a la muerte, siendo sus últimas palabras: “¡Los tesoros de la Alhambra!”.



De nuevo vemos en ambos personajes la osadía, el anhelo de poder, la creencia de ser inmortal y ser capaz de todo, ya que de esta misma manera se paseaba Don Félix de Montemar por las calles de Salamanca, haciendo estragos aquí y allá, creando un poder falso que solo lo conduciría a la muerte y al no descanso eterno.

Cuentos entre penumbras: Romanticismo.

Al hablar de Romanticismo nos referimos a ese movimiento cultural y literario que defiende que la razón no es la explicación a todo, como ocurría en la Ilustración, si no que existe un mundo paralelo al que ésta no puede acceder y en el que es posible la aparición de lo fantástico y sobrenatural. Así podemos verlo en sus escritos, donde el autor es considerado un auténtico genio creador que ayuda a descifrar esa realidad que la razón no puede explicar.

En este período aparece una literatura muy atrayente para todas las clases sociales. Es aquella en la aparece lo sobrenatural, el espectro, la noche oscura y tenebrosa, cementerios, calaveras, misterios… Una literatura que dista mucho de lo anterior conocido y que creará una realidad llena de supersticiones y miedos olvidados por la sociedad española.

El cuento toma protagonismo en varias ediciones de periódicos y revistas, ocupándolas casi por completo, puesto que era lo que la sociedad deseaba leer. Es así, como en el tomo IV de la revista Cartas españolas, en 1832, aparece publicado bajo la firma de “El Solitario”, Los tesoros de la Alhambra.

“Ayer al asomar la noche, recogía el fresco por el puente último que lleva al Abellano, y donde viene también a dar la senda que conduce a las espaldas de la Alhambra. Solitario el sitio, y la hora a propósito, me dejaba ir en alas de mis devaneos, cuando una voz cercana a mí en extremo me sacó de mis ensueños, diciéndome: "¿Eres valiente? Quieres hacer fortuna? Volví los ojos y me encontré á dos pasos con un soldado de mas que alta estatura, con morrión de cresta, con gola y vestes azules, con el rostro no desagradable pero pálido y ceniciento, y con la voz si bien honda y tristísima nada desapacible. Llevaba terciada la espada del hombro, y en la mano apoyaba la pica oscura pero de hierro muy luciente.

Al darnos de bruces con semejante escritura, nuestra mente hace un recorrido por las obras ya conocidas, y nos sitúa frente a frente con El estudiante de Salamanca. No es complejo adivinar tal obra ente otras tantas, pues la situación del lugar, la noche, la aparición, el ambiente… nos hace situarnos en otro contexto muy parecido pero con distintos personajes: Nuestro querido caballero Don Félix de Montemar ante el espectro de la bella Elvira, que lo llama desde el inframundo para salvarle la eternidad.
Si comparamos dichas escenas descubrimos las similitud en los parajes; puertas de hierro, frío, noche, bruma, sonidos inquietantes… más si enfrentamos dichas historias, vemos como la tragedia hace mella en ambas, como la eternidad errante, pesada, se hace presente, es como un peso que ahoga al personaje e incluso al lector, una angustia que no deja respirar rodeado de esos árboles emitiendo sonidos sepulcrales con desconocido emisor.

En Los tesoros de la Alhambra, el espectro cuenta a Don Carlos, protagonista de la historia, que él tiene como misión guardar los tesoros de los moros por toda la eternidad, pero que cada tres años tiene la oportunidad de salir de su encadenamiento y buscar a alguien que lo sustituya. Don Carlos, asume por completo la historia, cegado por custodiar tales tesoros, pero éste no conseguirá ser el nuevo guardián y la ambición por esa riqueza lo llevará a la más pura enajenación, incluso a la muerte, siendo sus últimas palabras: “¡Los tesoros de la Alhambra!”.



De nuevo vemos en ambos personajes la osadía, el anhelo de poder, la creencia de ser inmortal y ser capaz de todo, ya que de esta misma manera se paseaba Don Félix de Montemar por las calles de Salamanca, haciendo estragos aquí y allá, creando un poder falso que solo lo conduciría a la muerte y al no descanso eterno.

Don Juan Tenorio ante la eternidad.

El amor ha hecho de Don Juan Tenorio un ser invencible al paso del tiempo, y es que, ¿quién no ha oído hablar alguna vez sobre este personaje o ha mantenido contacto directo con él a través de su libro o película? La base de esta obra es el amor, y puesto que el amor todo lo puede, es por ello que vemos cómo sus personajes se hacen perpetuos a lo largo de los años.

Don Juan, ese muchacho calavera y despiadado, aún puede verse en una ciudad cualquiera en una calle cualquiera, burlándose del dulce y puro amor de una bella Doña Inés, que le profesa amor eterno mientras él observa el vuelo de la falda de otras que pasan por su lado. Pero cuando el amor es verdadero, se hace poderoso ante mil vicisitudes, y toda la maldad se ve destronada por este poder, y es por lo que, finalmente la bella Doña Inés consigue que Don Juan vuelva sus pasos al buen camino, devolviéndole la fe que incluso él creía no tener. Ese amor, ese sentimiento puro, siembra su semilla en lo más profundo de un Don Juan que, arrepentido, se da cuenta de lo que no quería ver: Que está enamorado de Doña Inés.

Y es ahí donde descubrimos el gran poder del AMOR con mayúsculas, pues vemos a una dulce joven que, a pesar de todo el daño que le ha hecho este ser, y todo lo que ha sufrido, intercede por su amado al Señor, para salvarle el alma, para llevarlo con ella a donde va lo puro y lo inmaculado. De nuevo entra el tiempo en escena, y ella le dirige esas palabras tan importantes que todos, alguna vez, hemos dirigido a alguien a quien amábamos: “Te espero”. Es aquí donde se completa la dicha de este sentimiento: La espera. La espera envuelta en un espacio atemporal, en el que no importa nada más que la salvación del ser amado, en el que no importa más que la unión de las dos almas que se buscan, y que, aunque sea en la eternidad, lograrán estar juntas.


Es por este milagro que Don Juan Tenorio de José Zorrilla sigue vivo en nuestros días y lo seguirá en días venideros, por el amor. La sociedad, el público, cree aún en la pureza de esta dicha, y lo busca y aprende de esa tierna Doña Inés que lo da todo por ello, incluso su alma. Los lectores se reflejan en esas palabras, y se ven a sí mismos empuñando espadas o siendo espectros que lanzan mensajes, y recuerdan cómo alguna vez, ellos han sido muchachos burladores o dulces jóvenes enamoradas viendo pasar el tiempo.


Don Juan Tenorio ante la eternidad.

El amor ha hecho de Don Juan Tenorio un ser invencible al paso del tiempo, y es que, ¿quién no ha oído hablar alguna vez sobre este personaje o ha mantenido contacto directo con él a través de su libro o película? La base de esta obra es el amor, y puesto que el amor todo lo puede, es por ello que vemos cómo sus personajes se hacen perpetuos a lo largo de los años.

Don Juan, ese muchacho calavera y despiadado, aún puede verse en una ciudad cualquiera en una calle cualquiera, burlándose del dulce y puro amor de una bella Doña Inés, que le profesa amor eterno mientras él observa el vuelo de la falda de otras que pasan por su lado. Pero cuando el amor es verdadero, se hace poderoso ante mil vicisitudes, y toda la maldad se ve destronada por este poder, y es por lo que, finalmente la bella Doña Inés consigue que Don Juan vuelva sus pasos al buen camino, devolviéndole la fe que incluso él creía no tener. Ese amor, ese sentimiento puro, siembra su semilla en lo más profundo de un Don Juan que, arrepentido, se da cuenta de lo que no quería ver: Que está enamorado de Doña Inés.

Y es ahí donde descubrimos el gran poder del AMOR con mayúsculas, pues vemos a una dulce joven que, a pesar de todo el daño que le ha hecho este ser, y todo lo que ha sufrido, intercede por su amado al Señor, para salvarle el alma, para llevarlo con ella a donde va lo puro y lo inmaculado. De nuevo entra el tiempo en escena, y ella le dirige esas palabras tan importantes que todos, alguna vez, hemos dirigido a alguien a quien amábamos: “Te espero”. Es aquí donde se completa la dicha de este sentimiento: La espera. La espera envuelta en un espacio atemporal, en el que no importa nada más que la salvación del ser amado, en el que no importa más que la unión de las dos almas que se buscan, y que, aunque sea en la eternidad, lograrán estar juntas.


Es por este milagro que Don Juan Tenorio de José Zorrilla sigue vivo en nuestros días y lo seguirá en días venideros, por el amor. La sociedad, el público, cree aún en la pureza de esta dicha, y lo busca y aprende de esa tierna Doña Inés que lo da todo por ello, incluso su alma. Los lectores se reflejan en esas palabras, y se ven a sí mismos empuñando espadas o siendo espectros que lanzan mensajes, y recuerdan cómo alguna vez, ellos han sido muchachos burladores o dulces jóvenes enamoradas viendo pasar el tiempo.


Un guiño a la niñez: Las Fábulas.


Si dirigimos la mirada hacia nuestra niñez, ¿Quién no se ha impregnado alguna vez de la filosofía de una Fábula de Samaniego y ha obtenido de ella una lección? Sí, aquello conocido como “moraleja”. Félix Mª de Samaniego buscó en ellas la función de enseñar a los jóvenes de las escuelas, su intención era hacer ameno el aprendizaje de estos. Como ejemplo, nos centraremos en el poema El pastor y el filósofo.

En el siglo XVIII, conocido como El Siglo de las Luces o La Ilustración, nos encontramos con la dificultad de encontrar alguna obra literaria que contenga temas de fantasía y superstición, puesto que ésta grandiosa etapa construyó sus pilares sobre la razón humana, es decir, todo aquello que fuera perceptible desde el punto de vista de la experiencia, excluyendo así todo lo irreal.

Pero, si profundizamos en las fábulas de Samaniego, podemos visualizar un retazo de fantasía que, posiblemente, en una primera ojeada no percibamos y que mezcla con la razón.

Haciendo un resumen de la fábula para adentrarnos en su análisis, encontramos que Samaniego nos presenta a un pastor que es muy feliz con su laboriosa vida en el campo y que es muy sabio. Un día, llega un filósofo y le pregunta que de dónde ha obtenido tanta sabiduría, si acaso él se ha empapado de libros y maestros importantes, a lo que el pastor responde:

«Ni las letras seguí, ni como Ulises
(Humildemente respondió el anciano), 
Discurrí por incógnitos países.
Sé que el género humano
En la escuela del mundo lisonjero 
Se instruye en el doblez y la patraña. 
Con la ciencia que engaña
¿Quién podrá hacerse sabio verdadero? 
Lo poco que yo sé me lo ha enseñado 
Naturaleza en fáciles lecciones:
Un odio firme al vicio me ha inspirado, 
Ejemplos de virtud da a mis acciones. 
Aprendí de la abeja lo industrioso,
Y de la hormiga, que en guardar se afana, 
A pensar en el día de mañana.
Mi mastín, el hermoso 
Y fiel sin semejante,
De gratitud y lealtad constante 
Es el mejor modelo,
Y si acierto a copiarle, me consuelo. 
Si mi nupcial amor lecciones toma, 
Las encuentra en la cándida paloma. 
La gallina a sus pollos abrigando 
Con sus piadosas alas como madre, 
Y las sencillas aves aun volando,
Me prestan reglas para ser buen padre. 
Sabia naturaleza, mi maestra,
Lo malo y lo ridículo me muestra 
Para hacérmelo odioso.
Jamás hablo a las gentes
Con aire grave, tono jactancioso, 
Pues saben los prudentes
Que, lejos de ser sabio el que así hable, 
Será un búho solemne, despreciable. 
Un hablar moderado,
Un silencio oportuno
En mis conversaciones he guardado. 
El hablador molesto e importuno 
Es digno de desprecio.
Quien escuche a la urraca será un necio. 
A los que usan la fuerza y el engaño 
Para el ajeno daño,
Y usurpan a los otros su derecho, 
Los debe aborrecer un noble pecho. 
Únanse con los lobos en la caza, 
Con milanos y halcones,
Con la maldita serpentina raza, 
Caterva de carnívoros ladrones.
Mas ¡qué dije! Los hombres tan malvados 
Ni aún merecen tener esos aliados.
No hay dañino animal tan peligroso 
Como el usurpador y el envidioso. 
Por último, en el libro interminable 
De la naturaleza yo medito;
En todo lo creado es admirable: 
Del ente más sencillo y pequeñito 
Una contemplación profunda alcanza 
Los más preciosos frutos de enseñanza.»

Samaniego da personalidad de hombre a los animales. Esto podría venir de una tradición de origen hindú, en la que se cree en la reencarnación y en la metempsícosis, es decir, los hindúes creían ver el alma y el espíritu humano de los hombres ya fallecidos en los animales, por eso, estos son capaces de recibir estos caracteres.
Por otra parte, Samaniego crece en un ambiente muy natural, lo que le conlleva a escribir sobre los animales más familiarizados con él y a la defensa de todos ellos bajo cualquier concepto.

Lo fantástico en este caso podríamos encontrarlo en que Samaniego tiene la particularidad de hacer que cada animal nos muestre una enseñanza, lo personifique y que el ojo humano ya no lo visualice como un simple animal sin adjetivo, sino que nuestra mente nos hace convertirlo en un instructor para la vida.
También hace referencia a Ulises, un guiño a la mitología y al mundo clásico que en otras de sus obras es muy constante, haciendo referencia en repetidas ocasiones.

A la hora de mezclarlo con la razón, vemos la aparición del filósofo, personaje que tanto se presta a la reflexión y a la sentencia, y que termina así el poema, cuadrándolo con la sociedad racional de la época:

«Tu virtud acredita, buen anciano 
(El Filósofo exclama),
Tu ciencia verdadera y justa fama. 
Vierte el género humano
En sus libros y escuelas sus errores; 
En preceptos mejores
Nos da naturaleza su doctrina. 
Así quien sus verdades examina 
Con la meditación y la experiencia, 
Llegará a conocer virtud y ciencia.»

Vemos que sus formas son sencillas, puesto que, como el mismo autor explicaba “Si en algo he empleado casi nimiamente mi atención, ha sido en hacer versos fáciles hasta acomodarlos, según mi entender, a la comprensión de los muchachos. Que alguna vez parezca mi estilo, no solo humilde, sino aun bajo, malo es; mas ¿no sería muchísimo peor que, haciéndolo incomprensible a los niños, ocupasen estos su memoria con inútiles coplas?”

Respecto a la métrica, Samaniego decía: “En cuanto al metro no guardo uniformidad: no es esencial a la fábula, como no lo es al epigrama y a la lira, que admiten infinita variedad de metros. En los apólogos hay tanta inconexión de uno a otro como en las liras y epigramas. Con la variedad de metros he procurado huir de aquel monotonismo que adormeces los sentidos y se opone a la varia armonía que tanto deleita el ánimo y aviva la atención.” Y añadía: “Verdad es que se hallará en mis versos gran copia de endecasílabos pareados con la alternativa de pies quebrados o de siete sílabas; pero me he acomodado a preferir su frecuente uso al de otros metros, por la ventaja que no tienen los de estancia más largas”.

Pienso que los poemas de este autor son muy valiosos ya que proporcionan un cabalgamiento entre lo irreal y la experiencia, las dos vertientes características de la época, enfrentadas entre sí que logran ir de la mano en estos versos.


Son innumerables las veces que, tanto tiempo después, a día de hoy, son leídas estas fábulas en las escuelas y lanzado con ellas el mensaje que Félix Mª deseaba, aunque, si profundizamos en su vida, descubriremos que fue un trabajo que él hizo de forma obligatoria, no por placer. Vemos en ellas una magia distinta, la de la inmortalidad de las letras frente al paso del tiempo, algo que para cualquier autor, escapa a la razón cuando comienza su obra pero que, sin embargo, lo anhela con toda su alma.


Un guiño a la niñez: Las Fábulas.


Si dirigimos la mirada hacia nuestra niñez, ¿Quién no se ha impregnado alguna vez de la filosofía de una Fábula de Samaniego y ha obtenido de ella una lección? Sí, aquello conocido como “moraleja”. Félix Mª de Samaniego buscó en ellas la función de enseñar a los jóvenes de las escuelas, su intención era hacer ameno el aprendizaje de estos. Como ejemplo, nos centraremos en el poema El pastor y el filósofo.

En el siglo XVIII, conocido como El Siglo de las Luces o La Ilustración, nos encontramos con la dificultad de encontrar alguna obra literaria que contenga temas de fantasía y superstición, puesto que ésta grandiosa etapa construyó sus pilares sobre la razón humana, es decir, todo aquello que fuera perceptible desde el punto de vista de la experiencia, excluyendo así todo lo irreal.

Pero, si profundizamos en las fábulas de Samaniego, podemos visualizar un retazo de fantasía que, posiblemente, en una primera ojeada no percibamos y que mezcla con la razón.

Haciendo un resumen de la fábula para adentrarnos en su análisis, encontramos que Samaniego nos presenta a un pastor que es muy feliz con su laboriosa vida en el campo y que es muy sabio. Un día, llega un filósofo y le pregunta que de dónde ha obtenido tanta sabiduría, si acaso él se ha empapado de libros y maestros importantes, a lo que el pastor responde:

«Ni las letras seguí, ni como Ulises
(Humildemente respondió el anciano), 
Discurrí por incógnitos países.
Sé que el género humano
En la escuela del mundo lisonjero 
Se instruye en el doblez y la patraña. 
Con la ciencia que engaña
¿Quién podrá hacerse sabio verdadero? 
Lo poco que yo sé me lo ha enseñado 
Naturaleza en fáciles lecciones:
Un odio firme al vicio me ha inspirado, 
Ejemplos de virtud da a mis acciones. 
Aprendí de la abeja lo industrioso,
Y de la hormiga, que en guardar se afana, 
A pensar en el día de mañana.
Mi mastín, el hermoso 
Y fiel sin semejante,
De gratitud y lealtad constante 
Es el mejor modelo,
Y si acierto a copiarle, me consuelo. 
Si mi nupcial amor lecciones toma, 
Las encuentra en la cándida paloma. 
La gallina a sus pollos abrigando 
Con sus piadosas alas como madre, 
Y las sencillas aves aun volando,
Me prestan reglas para ser buen padre. 
Sabia naturaleza, mi maestra,
Lo malo y lo ridículo me muestra 
Para hacérmelo odioso.
Jamás hablo a las gentes
Con aire grave, tono jactancioso, 
Pues saben los prudentes
Que, lejos de ser sabio el que así hable, 
Será un búho solemne, despreciable. 
Un hablar moderado,
Un silencio oportuno
En mis conversaciones he guardado. 
El hablador molesto e importuno 
Es digno de desprecio.
Quien escuche a la urraca será un necio. 
A los que usan la fuerza y el engaño 
Para el ajeno daño,
Y usurpan a los otros su derecho, 
Los debe aborrecer un noble pecho. 
Únanse con los lobos en la caza, 
Con milanos y halcones,
Con la maldita serpentina raza, 
Caterva de carnívoros ladrones.
Mas ¡qué dije! Los hombres tan malvados 
Ni aún merecen tener esos aliados.
No hay dañino animal tan peligroso 
Como el usurpador y el envidioso. 
Por último, en el libro interminable 
De la naturaleza yo medito;
En todo lo creado es admirable: 
Del ente más sencillo y pequeñito 
Una contemplación profunda alcanza 
Los más preciosos frutos de enseñanza.»

Samaniego da personalidad de hombre a los animales. Esto podría venir de una tradición de origen hindú, en la que se cree en la reencarnación y en la metempsícosis, es decir, los hindúes creían ver el alma y el espíritu humano de los hombres ya fallecidos en los animales, por eso, estos son capaces de recibir estos caracteres.
Por otra parte, Samaniego crece en un ambiente muy natural, lo que le conlleva a escribir sobre los animales más familiarizados con él y a la defensa de todos ellos bajo cualquier concepto.

Lo fantástico en este caso podríamos encontrarlo en que Samaniego tiene la particularidad de hacer que cada animal nos muestre una enseñanza, lo personifique y que el ojo humano ya no lo visualice como un simple animal sin adjetivo, sino que nuestra mente nos hace convertirlo en un instructor para la vida.
También hace referencia a Ulises, un guiño a la mitología y al mundo clásico que en otras de sus obras es muy constante, haciendo referencia en repetidas ocasiones.

A la hora de mezclarlo con la razón, vemos la aparición del filósofo, personaje que tanto se presta a la reflexión y a la sentencia, y que termina así el poema, cuadrándolo con la sociedad racional de la época:

«Tu virtud acredita, buen anciano 
(El Filósofo exclama),
Tu ciencia verdadera y justa fama. 
Vierte el género humano
En sus libros y escuelas sus errores; 
En preceptos mejores
Nos da naturaleza su doctrina. 
Así quien sus verdades examina 
Con la meditación y la experiencia, 
Llegará a conocer virtud y ciencia.»

Vemos que sus formas son sencillas, puesto que, como el mismo autor explicaba “Si en algo he empleado casi nimiamente mi atención, ha sido en hacer versos fáciles hasta acomodarlos, según mi entender, a la comprensión de los muchachos. Que alguna vez parezca mi estilo, no solo humilde, sino aun bajo, malo es; mas ¿no sería muchísimo peor que, haciéndolo incomprensible a los niños, ocupasen estos su memoria con inútiles coplas?”

Respecto a la métrica, Samaniego decía: “En cuanto al metro no guardo uniformidad: no es esencial a la fábula, como no lo es al epigrama y a la lira, que admiten infinita variedad de metros. En los apólogos hay tanta inconexión de uno a otro como en las liras y epigramas. Con la variedad de metros he procurado huir de aquel monotonismo que adormeces los sentidos y se opone a la varia armonía que tanto deleita el ánimo y aviva la atención.” Y añadía: “Verdad es que se hallará en mis versos gran copia de endecasílabos pareados con la alternativa de pies quebrados o de siete sílabas; pero me he acomodado a preferir su frecuente uso al de otros metros, por la ventaja que no tienen los de estancia más largas”.

Pienso que los poemas de este autor son muy valiosos ya que proporcionan un cabalgamiento entre lo irreal y la experiencia, las dos vertientes características de la época, enfrentadas entre sí que logran ir de la mano en estos versos.


Son innumerables las veces que, tanto tiempo después, a día de hoy, son leídas estas fábulas en las escuelas y lanzado con ellas el mensaje que Félix Mª deseaba, aunque, si profundizamos en su vida, descubriremos que fue un trabajo que él hizo de forma obligatoria, no por placer. Vemos en ellas una magia distinta, la de la inmortalidad de las letras frente al paso del tiempo, algo que para cualquier autor, escapa a la razón cuando comienza su obra pero que, sin embargo, lo anhela con toda su alma.