viernes, 23 de mayo de 2014

El reino de la superstición. Ambientes fantasmales en el Romanticismo.

Si hay un periodo en la literatura española que sea más conocido por sus clichés que por lo que realmente supuso como sistema ideológico ese es el Romanticismo. Y es que, cuando uno piensa en lo romántico automáticamente vienen a la mente postales perfumadas, claveles y poemas edulcorados, pero la realidad dista mucho de esta idea que comúnmente se ha popularizado sobre el escritor romántico. Al contrario de todo ello, el Romanticismo, entre otras muchas estéticas como el gusto por la recreación histórica y los lugares exóticos, presenta cierta fijación por lo oscuro y fantasmagórico, aquello que podríamos calificar como gótico. 

La literatura gótica nunca fue especialmente cultivada en España, sino que más bien surgió en países del norte de Europa, sobre todo en Inglaterra, y desde allí se fue difundiendo. No obstante, su éxito ha sido rotundo, en el siglo XIX y todavía en la actualidad, razón por la cual ha popularizado una iconografía que para nada nos es ajena: paisajes sombríos, bosques tenebrosos, ruinas medievales y castillos con sus respectivos sótanos, criptas y pasadizos bien poblados de fantasmas, ruidos nocturnos, cadenas, esqueletos, demonios o vampiros.

Toda esta estética fantasmagórica llegará a España desde Inglaterra -Lord Byron será el principal exponente- e influirá tanto en los gustos y modas de la época como en algunas de las obras, si se me permite el término, más “taquilleras”. De este modo, si realizamos una rápida radiografía de la época descubrimos que el público debía demandar este tipo de historias de ambiente tenebroso, pues van a pulular entre todos los géneros literarios, pero con especial fuerza entre los más populares, como serán el cuento o la poesía narrativa –no olvidemos que su principal medio de difusión era la prensa, y por lo tanto su público pertenecía a la clase media lectora.


Será en este momento en el que se retomen todas las supersticiones que habían quedado impregnadas en el pueblo español pese a los vanos intentos de los ilustrados por erradicarlos con la luz de la razón. Y será quizás por la representación de todos estos miedos atávicos, que el ser humano siempre ha tenido y que durante un siglo no habían sido apenas representados en literatura, por lo que esta literatura gustará y mucho entre todas las clases sociales españolas.

Ejemplos de esta literatura romántica tenemos muchos, pero destacaremos dos por las concomitancias que entre ellos se observan: El estudiante de Salamanca, magistral poema narrativo de José de Espronceda, y otro quizás más desconocido para el público, El aparecido, cuento publicado en el periódico “La mariposa” en 1839, del cual se desconoce su autor.

En El estudiante de Salamanca se desarrolla el “mito del Don Juan”, que ya había sido perpetuado en otros antecedentes literarios como la leyenda de Lisandro. Acudiremos junto a Felix de Montemar, seductor indómito, a su propio entierro, guiados por la calle del ataúd por una víctima de sus seducciones, Elvira, o mejor dicho su fantasma.

Lo fantasmagórico en esta leyenda en verso es evidente, tanto es así que se puede considerar el mejor ejemplo de literatura gótica española, y será en su final cuando se despliegue toda una serie de recursos temáticos y retóricos para aterrar al lector con la visión de la calavera de la muerta Elvira, que por fin besa a Montemar antes de condenarlo a los infiernos.

Frente a este texto, El aparecido nos contará otra historia de fantasmas. En este caso, cambiaremos de ciudad, dejando Salamanca para acercarnos a Andalucía, y el fantasma de la infeliz Elvira será sustituido por el de El aparecido, espectro que atemorizará al pueblo granadino en el que se situarán los hechos.

Así, salvando las distancias, encontramos un ambiente espectral y oscuro muy adecuado para este tipo de relatos, en los que la nocturnidad es condición sine qua non para el desarrollo de la acción. La ambientación de El estudiante de Salamanca nos sitúa en el siguiente espacio:

Era más de media noche,
antiguas historias cuentan,
cuando en sueño y en silencio
lóbrego envuelta la tierra,
los vivos muertos parecen,
los muertos la tumba dejan.

De la misma forma, según se afirma en el cuento publicado en “La mariposa” el fantasma solo aparecerá “A ciertas horas de la noche, cuando el resplandor se volvía triste y blanquecino”.

"Las puertas del infierno", Auguste Rodin.

Sin embargo, las diferencias en el papel de los actantes serán llamativas, puesto que podemos señalar un paralelismo cruzado entre los personajes de ambas obras, que se asimilarán, en cierto modo, con el cielo y el infierno. Tanto en una como en otra obra encontraremos una víctima y un diablo, pero sendos papeles están contrapuestos.

Mientras que en El estudiante de Salamanca el fantasma de Elvira será una pobre alma vagabunda que busca el ajuste de cuentas con Don Félix –al fin y al cabo el restablecimiento de una justicia moral-, el fantasma de El aparecido será una criatura diabólica, malhechora e inquietante que atacará a sus antiguos convecinos.

De la misma manera, en El estudiante de Salamanca el diablo será terrenal y hará sus fechorías en este mundo terreno, siendo una de muchas la causa de la muerte de la joven Elvira, a la que deshonró y abocó al suicidio. Las víctimas de El aparecido serán el conjunto del pueblo, que asiste aterrorizado a los sucesos paranormales que ocurren tras la repentino muerte de un señor que muere en pecado.


Finalmente, será la moral cristiana –el juicio final, ya sea en su versión terrena o en la espiritual– la que haga justicia entre las víctimas y desencadene un desenlace en el que, pese al halo de misterio que se sigue manteniendo, pues todo aparece narrado como si de una leyenda se tratara, el orden justo y natural se restablezca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario