jueves, 12 de junio de 2014

Ana y el sexo.

No, no vamos a hablar de una secuela de la archiconocida película de Julio Medem, pero este título nos va a llevar a tratar una arista más de la compleja Ana Ozores, protagonista indiscutible de La Regenta (1884).

Muchas veces se ha relacionado a nuestra Ana Ozores con otras ilustres adúlteras de la literatura decimonónica, figuras no menos interesantes y complejas: Emma Bovary, Ana Karenina, o la portuguesa Luisa, de El primo Basilio (1878), quizás menos conocida.


En ocasiones, se las ha querido relacionar con el arquetipo de la ‘femme fatale’, con mayor o menor acierto, y acaso es verdad que puedan ser una reinterpretación del mito de la mujer fatal, en estos casos olvidando por completo el carácter malvado y maquiavélico, y el pretendido uso de la sexualidad que tendrán estas.


Comparte con la ‘mujer fatal’ la belleza eclipsante y el despertar del deseo sexual en el género masculino vetustense, a la par que las envidias en la parte femenina. Sin embargo, no usará sus atributos femeninos para beneficiarse de nada, sino que, al contrario, rechazará su feminidad natural y optará por una impostura que le permita situarse por encima de la sociedad vetustense, como una mártir santa y espiritual.  

Más que mujeres fatales, son mujeres a las que su feminidad las lleva a la fatalidad; mujeres, en especial Ana Ozores, que se debaten entre lo moralmente correcto y sus instintos, que buscan corresponder un amor y que por desobedecer  el dogma serán duramente castigadas por la sociedad.

Ana (la llamaré así, puesto que tras más de 700 páginas nos podemos tomar ciertas confianzas) es una mujer profundamente insatisfecha en todos los ámbitos de la vida; lo tiene todo de cara a la galería, pero todo le falta física y espiritualmente. Sus carencias eróticas y espirituales la llevan a frecuentar la compañía de dos hombres que se erigirán como enemigos y competidores ante el amor de Ana: Don Fermín, el magistral, y Don Álvaro Mesía.


Si la comparamos con Emma de ‘Madame Bovary’ encontramos algunas diferencias que nos muestran la enorme complejidad del personaje de Ana Ozores, sobre todo en el aspecto sexual, tamizado siempre por lo moralmente correcto.

Encontramos que ambas comparten ser mujeres burguesas, acomodadas, que inician una relación adúltera por necesidades afectivas que acaba con un castigo por parte de la sociedad burguesa; en el caso de Emma la llevará al suicidio, en el de Ana a caer al fango de la vulgaridad vetustense.

Ahora bien, en el caso de Ana, el conflicto entre relaciones afectivas y su valoración moral se llevará a cabo en la propia conciencia de Ana, que a lo largo de toda la obra se debatirá entre la caída en el deseo (sus necesidades afectivas), y su inmolación como santa pía y virgen (sus necesidades espirituales). En medio quedará su papel más puramente social, como mujer del regente, que pasará a considerarse un mero ‘status quo’ en la lucha entre lo bueno y lo malo, lo sexual y lo pío; en definitiva, entre Fermín de Pas y Álvaro Mesía.

Podemos apreciar esta continua lucha interna en el siguiente fragmento:

“… la Regenta rebelde, la pecadora de pensamiento, gritaba desde el fondo de las entrañas, y sus gritos se oían por todo el cerebro. Aquella Ana prohibida era una especie de tenia que se comía todos los buenos propósitos de Ana la devota, la hermana humilde y cariñosa del Magistral”.

No obstante, el descubrimiento por parte de la Regenta de los oscuros deseos carnales que se esconden tras el acompañamiento espiritual de su “compañero espiritual” Fermín de Pas la precipitarán a los brazos de Álvaro Mesía, llevándola al adulterío, y paradójicamente, esta satisfacción de sus deseos sexuales, de su feminidad (que desde el principio de la obra se manifiesta por medio de las crisis) la lleva a ser como el resto, dejando de ser “la virgen de Vetusta”, metáfora más que visible en el capítulo XXVI de la obra.

El tratamiento de la figura de Ana y su sexualidad nos puede ofrecer un botón de los usos sexuales de la burguesía del siglo XIX. Así, nos encontramos con un mundo lleno de hipocresía, donde el sexo  es una mancha que se debe esconder de cara a la galería, pero que en muchos casos será uno de los motores sociales (siempre lo ha sido. Fermín y Álvaro se mueven socialmente para buscar encuentros con Ana, y este último medra por medio de la seducción de mujeres con poder).


Ana pronto aprende esta lección – gracias al episodio de la barca- y desde ese momento reprime sus instintos sexuales, que de uno u otra forma, habrían de explotar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario