domingo, 7 de septiembre de 2014

La nochebuena de 1836

La nochebuena de 1836 es un artículo de Mariano José de Larra publicado en El Redactor General el 26 de diciembre de 1836. En él, se narra el supuesto día 24 de Larra de ese mismo mes y año. Me centraré en el aspecto fantástico que Larra imprime a un suceso en principio completamente natural y real (su criado se emborracha):

"Me entré de rondón a mi estancia; pero el cuerpo me siguió con un rumor sordo e interrumpido; una vez dentro los dos, su aliento desigual y sus movimientos violentos apagaron la luzuna bocanada de aire colada por la puerta al abrirme cerró la de mi habitación, y quedamos dentro casi a oscuras yo y mi criado, es decir, la verdad y Fígaro, aquélla en figura de hombre beodo arrimada a los pies de mi cama para no vacilar y yo a su cabecera, buscando inútilmente un fósforo que nos iluminase.
Dos ojos brillaban como dos llamas fatídicas en frente de mí; no sé por qué misterio mi criado encontró entonces, y de repente, voz y palabras, y habló y raciocinó; misterios más raros se han visto acreditados; los fabulistas hacen hablar a los animales, ¿por qué no he de hacer yo hablar a mi criado? Oradores conozco yo de quienes hace algún tiempo no hubiera hecho una pintura más favorable que de mi astur y que han roto sin embargo a hablar, y los oye el mundo y los escucha, y nadie se admira."

En este fragmento Larra dota de un carácter fantástico y misterioso a su criado. Una escena tan corriente como pudiera ser un criado borracho con su señor en una estancia, se convierte en un lugar apenas iluminado, donde el aire cierra las puertas a su antojo. El criado se convierte en un "cuerpo" con ojos como "llamas fatídicas", cuerpo del que misteriosamente salen "voz y palabras"
Este cuerpo que habla se dirige a Larra para mostrarle la "verdad", y este último al no querer escucharlo se dirige al criado primero en un tono real "Silencio, hombre borracho." para después pasar de nuevo a la fantasía "Por piedad, déjame, voz del infierno."



Finalmente, será el propio Larra el que admita este tono de irrealidad del que ha dotado a la historia:

"En fin, yo cuento un hecho; tal me ha pasado; yo no escribo para los que dudan de mi veracidad; el que no quiera creerme puede doblar la hoja, eso se ahorrará tal vez de fastidio; pero una voz salió de mi criado, y entre ella y la mía se estableció el siguiente diálogo"

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