"Me entré de rondón a mi estancia; pero el cuerpo me siguió con un rumor sordo e interrumpido; una vez dentro los dos, su aliento desigual y sus movimientos violentos apagaron la luz; una bocanada de aire colada por la puerta al abrirme cerró la de mi habitación, y quedamos dentro casi a oscuras yo y mi criado, es decir, la verdad y Fígaro, aquélla en figura de hombre beodo arrimada a los pies de mi cama para no vacilar y yo a su cabecera, buscando inútilmente un fósforo que nos iluminase.
Dos ojos brillaban como dos llamas fatídicas en frente de mí; no sé por qué misterio mi criado encontró entonces, y de repente, voz y palabras, y habló y raciocinó; misterios más raros se han visto acreditados; los fabulistas hacen hablar a los animales, ¿por qué no he de hacer yo hablar a mi criado? Oradores conozco yo de quienes hace algún tiempo no hubiera hecho una pintura más favorable que de mi astur y que han roto sin embargo a hablar, y los oye el mundo y los escucha, y nadie se admira."
En este fragmento Larra dota de un carácter fantástico y misterioso a su criado. Una escena tan corriente como pudiera ser un criado borracho con su señor en una estancia, se convierte en un lugar apenas iluminado, donde el aire cierra las puertas a su antojo. El criado se convierte en un "cuerpo" con ojos como "llamas fatídicas", cuerpo del que misteriosamente salen "voz y palabras"
Este cuerpo que habla se dirige a Larra para mostrarle la "verdad", y este último al no querer escucharlo se dirige al criado primero en un tono real "Silencio, hombre borracho." para después pasar de nuevo a la fantasía "Por piedad, déjame, voz del infierno."
Finalmente, será el propio Larra el que admita este tono de irrealidad del que ha dotado a la historia:
"En fin, yo cuento un hecho; tal me ha pasado; yo no escribo para los que dudan de mi veracidad; el que no quiera creerme puede doblar la hoja, eso se ahorrará tal vez de fastidio; pero una voz salió de mi criado, y entre ella y la mía se estableció el siguiente diálogo"
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